Lucesita era como muchos mestizos de Paraguay hija de un guaraní y una blanca.
Vivía en la parte alejada de la aldea porque los indígenas eran muy celosos de
su raza. Pero a los que más temía eran a esa raza de Mbayíes que eran raza muy
agresiva y dominante. Eran tiempos muy difíciles. Las luchas entre las etnías
sucedían a casi diario, le pedía a su queridísima virgen de Caacupé que la
protegiera siempre. Le habían relatado que hace años había protegido a un
Guaraní de ser muerto por un mbayí en una persecución encadernicida. Desde ese
entonces casi todo su pueblo se había vuelto devoto de esa maravillosa dama.
Lucecita vivía con su madre en una casa elaborada con troncos de madera con
apenas dos hamacas en su interior. Apenas tenían para comer. Los Mbayíes habían
azotado la aldea llevándose gran parte de la comida de la aldea.
Eran una tribu muy sanguinaria y pocos tenían la tenían temeridad de
enfrentárseles. Así que sobrevivían de la leche de las vacas, los sembradíos de
zanahoria, lechuga y otras hortalizas, y alguna pesca. Llego el invierno y con
ello muchas enfermedades. Muchos guaraníes sufrieron de diarreas, y gripes
virales características de esta época. La madre de Lucecita desde hace tiempo
se sentía muy mal. Tenía una gripe mal curada, y en los últimos días tenía una
tos que no se le quitaba. Lucecita no sabía que hacer. Le había hecho te de
hierbas, y otros remedios que le aconsejaban las viejas de la aldea para que
esta se curase. Pero Lucecita no le había visto mejoría.
Un buen día Lucecita le comunico a su madre que iba a ir a la gran ciudad para
buscar unos remedios y buscar un médico. Sabía que existía un médico que hacía
milagros con muchas enfermedades. Sin embargo su madre le aconsejaba.
– hija,
no vayas. Es peligroso. Los Mbayíes te pueden encontrar-
Pero el amor de su
hija era mucho más grande y ella era muy valiente.
– No te preocupes mamá, la
divina providencia me protege y la virgen de Caacupé me protegerá en el camino-
le contesto Lucecita.
La madre de Lucecita no entendía esa fe tan grande que le
tenía a esa dama. Para ella, todo era una conjetura, y si fuera cierto porque
no había ayudado a proteger a su aldea de los azotes de los Mbayíes. Sin
embargo no la detuvo.
Al día siguiente se fue llevo como comida un poco de leche y un rico cereal
hecho por su madre. Tenía mucho miedo porque sabía que los Mbayíes le podían
rondar los talones. Camino durante dos horas, y ya los pies lo tenían rojos de
cansancio. Pero tenía que llegar a la gran ciudad. Sin percatarse a pocos
metros había un grupo de Mbayíes. Estaba aterrorizada. Se acordó de su
virgencita de caacupé y le pidió que la protegiera. Los indios la miraron con
desprecio, y ese instante le pareció que le iban a hace daño. Muchos relámpagos
aparecieron de repente en la claridad del día. Como los indios eran muy
supersticiosos la dejaron sola creyendo que algunos de estos podrían caer
encima y quemarlos vivos. Lo cual podría ser cierto ya que un relámpago que cae
cerca de un árbol puede producir un gran incendio, y quemar y carbonizar a todo
aquel que se encuentre cerca.
Después de una gran jornada llego a la gran ciudad. Pregunto incansablemente
por el médico pidiendo a Dios encontrarlo y que la atendiera. Los pobladores de
la ciudad cayeron en gracia de lucecita, y le aconsejaron que fuera a la
medicatura y allí la atendería. Lucecita se moría de hambre y cansancio. Pero
no desfalleció. Con mucha paciencia espero que el médico la atendiera. El
médico muy amable le pregunto:
- Que necesitas hija, te ves muy cansada-
Ella
le respondió: Mi madre esta muy enferma. Tiene una tos horrible y no la he
podido curar con ninguna hierba de la aldea. Le respondió con lagrimas en los
ojos. Como el médico era de buen corazón, le entrego unos medicamentos. Dale
esto 3 veces al día, y al poco debe curarse. No debe levantarse de la cama ya
que a mi juicio creo que tiene una enfermedad llamada bronquitis y si no es
cuidada puede ser mortal. Si ves que no hay mejoría tendrás que traerla a la
ciudad. Lucecita le pidió a su virgencita que no tuviese necesidad porque era
una larga jornada para su madre. Le dio gracias al buen médico. Este no le
pidió dinero ya que sabía todas las tribulaciones que estaban pasando los
guaraníes. Descanso un rato, y emprendió la jornada de regreso. Había mucha
lluvia por la tupida selva, al oír las cascadas sabía que ya estaba cerca.
Llego a su humilde hogar, y una de las viejas de la aldea le dijo que su madre
estaba más convaleciente. Sin embargo Lucecita tenía mucha fe, y le dio los
medicamentos como le indico el médico. A la semana ya su madre estaba
restablecida y con más color en las mejillas. Lucecita sabía en el fondo de su
corazón que la virgencita de Caacupé la había ayudado con su gran amor, y fue
ella la que la había conducido a ese maravilloso médico que con su gran corazón
le había proporcionado los adecuados medicamentos para curar a su madre.