sábado, 22 de enero de 2011

La Aventura de Luisa




Luisa era una bellísima Guacharaca que vivía en una mata de Mango con todas sus aves amigas y familia. Cuando amanecía temprano en la mañana, ella y sus amigas saludaban la llegada del nuevo día con su canto. Y salían en bandadas a recorrer otros horizontes para buscar comida. Pero ya al final de la tarde volvían a su misma mata de mango ya que este era su hogar.

Luisa no era una Guacharaca común y corriente. Sus plumas eran de un color gris azuladas y tenía además unas largas pestañas que las distinguían de las otras aves. Por esta razón era muy popular. Además era muy coqueta, y simpática lo cual la hacía más tratable, y por ello tenía muchos amigos.

Ya Luisa era una guacharaca adulto, y como todas las aves ya en esta etapa de su vida tenían que buscar un compañero para formar una familia. Pero Luisa no tenía ningún interés. Se aburría de la misma rutina. Ese viaje de ir y venir al mismo sitio la tenía totalmente fastidiada. Quería conocer otros lugares, y además Luisa tenía un espíritu de aventura sin igual. No la asustaban los territorios no conocidos. Un día se acercó un turpial a su hogar. Nunca había una ave tan bella. Era de preciosas plumas de color amarillo con franjas negras. Entonces sin pensarlo dos veces lo saludo cariñosamente y le dijo:
-Hola amigo-
El turpial no le contesto. Luisa pensó que el turpial era medio sordo así que dijo más alto.
-¡hola!-

El pobre turpial se volteó inmediatamente estremecido con el tono de voz de Luisa.
-¡ah! Yo creía que eras sordo- le replicó Luisa
-¡Que va! Es que estoy un poco asustado. Vengo escapándome de un halcón. Casi que me atrapa. Además no sé que hace por aquí. Sus tierras son las montañas- le dijo asustado
-¡Las montañas!- dijo Luisa muy emocionada-. Dime ¿Cómo son?
-¡Es que tu nunca has estado en las montañas de los Andes Venezolanos!- Allí hay muchas aguilas. Le dijo el Turpial.
-¡Me podrías llevar! Ya estoy aburrida de esta mata de Mango- dijo esperanzada Luisa
El turpial se quedo pensativo.
-Sabes, es muy peligroso. Es muy lejos de aquí, y hace mucho frío, y no solo eso, la colina de esas montañas esta rodeada de cóndores.
- ¡Pero a mi gustaría ir!- Le dijo suplicante Luisa
- Como veo que estas un poco cansado, quédate conmigo un par de días. En mi nido tengo bastantes lombrices, que puedo compartir contigo.
-Caramba, gracias por tu gentileza. A cambio, te llevaré a la montaña. Pero no vamos a ir nosotros solos. El viaje es muy largo, y tendremos que pararnos para recuperarnos. Tengo un par de amigas cotorras que nos pueden acompañar. Sin embargo, cerca de la montaña vive un águila de gran edad. Aunque no lo creas ella protege a los animales más pequeños, sobre todo a las aves- comentó el Turpial
- ¡Que bueno!- dijo Luisa emocionada
-¿Cuando nos vamos?
- ¿No vas a convidar a tus amigas? Preguntó el la pequeña avecilla.
-¡Tienes razón!- le dijo.


Entonces Luisa sin perder tiempo llamo a todas sus amigas. Les dijo muy emocionada de su amistad con el turpial, y de la invitación de este a conocer las montañas.
-¡Quién se anota en el viaje! Dijo Luisa con mucho entusiasmo
Todas las demás guacharacas se le quedaron mirando de reojo y con desconfianza
-¡Es que estás loca! Como nos vas arrastrar a una aventura como esa. Aquí estamos muy bien. Este es nuestro hogar. Tenemos las lombrices para alimentarnos, y cuando hay mango en nuestro querido hogar, tenemos alimento para varios meses- dijo el más viejo de las guacharacas.
Las otras guacharacas asintieron.
-¡Esa Luisa como que le falta una pluma! Con razón no ha formado una familia. Quién se va a fijar en una guacharaca con esas ideas tan absurdas- comentaron otras guacharacas que se encontraban en otra rama.

A pesar de que a Luisa le entristeció los comentarios, no le importó, y dándoles la espalda le dijo al turpial.
-¡Que tontas!, entonces nos vamos mañana.
-Por supuesto, lo prometido es deuda
- Por cierto amigo, ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Solecito. Mi madre me bautizo con ese nombre porque cuando nací mis plumas eran del color del sol. Claro, cuando fui creciendo me salieron estas horribles franjas negras- le dijo el turpial
-Pero, si eres muy guapo. Por aquí no hay muchos turpiales. Yo estoy muy contento de conocerte.
El pobre turpial se sonrojo tanto, tanto que sus plumas se pusieron de color del tomate.
-Oye Luisa, vamos a buscar a las cotorras. Ya estoy oyendo su canto en aquel Samán.
Luisa y Solecito se fueron volando y se reunieron con las cotorras. Solecito les habló del viaje, y la gran mayoría se emociono con la idea. Así que al poco tiempo se fueron volando acompañados de las cotorras. Para la extrañeza de Luisa, las cotorras no eran todas verdes, algunas eran de plumaje verde con franjas amarillas y rojas. Ella estaba de un feliz, y muy contenta por los nuevos amigos que estaba haciendo en el viaje.

Ya tenían media jornada de viaje, y ya estaban cansadas. Fueron a descansar en una mata de Mamón. Allí conocieron a unas guacamayas. Y estas se emocionaron en ir también a las montañas. Y cuando se dio cuenta Luisa, en el viaje iban las cotorras, las guacamayas, Solecito y ella.
De repente sintieron un intenso frío. Eso significaba que estaban cerca. Luisa se acurrucó con sus plumas para darse calor. Y entonces a lo lejos vieron una gran montaña.
-Esa es la montaña del Águila. Dicen que arriba en la parte de alta hay muchos cóndores, y algunas águilas, así que vamos a permanecer en la parte baja de la montaña- dijo Solecito
Las aves encontraron unos matorrales y se escondieron.
Luisa estaba impresionada. Nunca había visto nada igual. Arriba había unas matas extrañísimas.
- ¡Esos son frailejones! Solo se encuentran en las montañas. En oportunidades vienen unos seres súper gigantes y se los llevan. La pobre montaña se esta quedando sin frailejones. Supuestamente su flor es buena para unas enfermedades. Le dijo una de las cotorras.

-¡Que lastima! Son tan lindos dijo Luisa.
Sin embargo, Luisa quiso asomarse un poco más para ver más de cerca a los frailejones. Olían riquísimo. Pero no se dio cuenta de que un águila la había descubierto. Las otras aves se dieron cuenta y se escondieron a tiempo.
La Pobre Guacharaca no sabía que hacer. Y se le ocurrió algo totalmente inusual. Empezó a chillar como lo hacen las guacharacas. Sus tonos eran agudísimos. Y el ruido ensordecedor. El águila estaba desorientada. Luisa aprovecho para volar rápidamente y esconderse en unos arbustos muy tupidos. Cerca de ella había una iguana grandísima. Era de un tono verde esmeralda
-¡Te das cuenta! Nosotros los pequeñitos tenemos que cuidarnos. Casi que te come esa águila le dijo la Iguana.

Las demás aves estaban aturdidas. Todo había ocurrido muy rápido. Nunca habían oído un ruido parecido. La pobre águila debe haber quedado sorda.
Luisa entendió entonces porque las aves siempre volaban en bandadas y no se separaban. Así evitaban los peligros. Pero, estaba encantada. Que bella montaña, tenía tantos frailejones, y tenían un olor sin igual. Y además en la parte superior de la colina había un manto blanco. Le pareció tan extraño.
La iguana como la vio tan sorprendida le explico:
-¡Eso es nieve! Solo se encuentra en esta montaña- Personalmente yo prefiero el calorcito.
- Que lástima que no lo puedo tocar. Pero bueno, me conformo con verlo.
-¡Tremendo susto me hiciste pasar!-dijo Solecito
Gracias por traerme, es una belleza. Ya tendré algo que contarles a esas guacharacas tontas- dijo Luisa con entusiasmo.

Luisa no solo estaba feliz porque se había divertido en ese lindo viaje. Había conocido otros lugares, y además lo más importante para ella es que había hecho nuevos amigos. Y eso fue lo que más le encanto de su singular aventura. Y por ello se dice que debemos aventurarnos a conocer otros paisajes y vivir multitud de experiencias porque de esta manera nos damos cuenta de lo bello que es nuestro planeta, y el porque debemos amarlo y cuidarlo entre todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario