jueves, 29 de abril de 2010

La Rebelión



Capitulo XII
La Rebelión

Era un día nublado con muchas nubes grises amenazando una gran tormenta. El aire se sentía muy pesado, como si algo malo fuese a pasar.
Y fué entonces cuando oí las noticias de los últimos acontecimientos. Miguel y sus aliados ya cansados del acoso de Centella al pueblo se habían organizado para protagonizar una batalla contra el inescrupuloso del miserable de Centella y sus secuaces.

Y ocurrió de una manera inesperada. Luis, quien era un hombre ambicioso y oportunista se había enriquecido mucho a costa del pueblo. Miguel descubrió todos sus ardides y fue a enfrentarlo, lo que no sabía mi amigo es que Centella lo estaba esperando.

Pero Miguel no fue solo, él era muy valiente, y voluntarioso, pero tampoco era ingenuo. Toda Atlántida había sido intervenida y saqueada por esos miserables e incluso algunas casas habían sido quemadas como venganza, y lo que les quedaba a las pobres familias era huir de sus hogares.

Todos los hombres y jóvenes se organizaron, y fueron armados con Miguel a enfrentar a Centella. La batalla fue escandalosamente sangrienta. Hubo muchos heridos. Ya la pirámide del Cóndor no era ni la sombra de antes. Tenía manchas de sangre en cada uno de los escalones.

Al enterarme tome rápidamente la espada, y me fui rápidamente para apoyar a Miguel. Llegue rápidamente. Con la espada pude aniquilar un puñado de hombres, el arma brillaba con un tono azul turquesa cada vez que la utilizaba, lo cual daba un medio de distracción al enemigo. Miguel se encontraba unos escalones más arriba luchando a duras penas con una pequeña espada. Corrí rápidamente los escalones y le entregué mi espada.

-Toma Miguel, utiliza mi espada- le dije apurado
- Y tú, ¿Cómo te vas a defender? Esos desgraciados te pueden matar- me respondió
- No importa. Cuidado allí vienen Luis y sus secuaces- le advertí
Miguel tomó mi espada, y fué dejando fuera de combate a varios hombres. Desgraciadamente recibió un herida en el hombro. No lo vió venir. Mi amigo casi pierde el sentido, veía brotar la sangre de su hombro derecho, y sin embargo aguantó el dolor.
- Vete, Orión, busca a las mujeres, hombres viejos y a los niños. Sácalos de Atlántida. No sé si sobreviviremos- me advirtió.
- ¡No te voy a dejar solo! - le respondí con indignación.
- ¡Te dije que te fueras! La seguridad de los demás está en tus manos. – me advirtió gritándome.

Sabía que tenía razón. No quería dejar a mi amigo solo. Pero era necesario para salvar a los demás. Había muchos heridos de parte y parte. Centella recibió una herida mortal de uno de los amigos de Miguel y cayó en el piso perdiendo totalmente el conocimiento. Los secuaces de centella iban abandonando la batalla, y se iban alejando para esconderse en la pirámide. Sin embargo, Miguel decidió acabar con ellos.

Me fui rápidamente alejándome hacia la playa. Llamé a todas las familias que estaban escondidas en un refugio y les indiqué lo dicho por Miguel.
-No pienso abandonar Atlántida. Aquí crecieron mis hijos y mis nietos- dijo un viejo.
-Yo tampoco- dijeron varias mujeres.
-El sacrificio de Miguel va ser en vano- les respondí. -Dentro de poco Atlántida sucumbirá, y es necesario que nos vayamos a una de las islas. Mi abuelo conoce el trayecto.
-¿En dónde viajaremos? Preguntó un niño de apenas 9 años sollozando.
- En la costa hay una gran fragata. Podemos irnos en ella, allí cabemos todos. Vámonos ahora. Si salimos por esta puerta no nos encontrarán. Conozco un atajo para llegar a la playa- le respondí a todos.

Y así fue que llegamos a la playa. Me tomó una hora ubicarlos a todos en la embarcación. Llamé a mi abuelo a gritos para que se viniese. Fui rápidamente a la casa, tome el libro y nos fuimos rápidamente a la fragata. Mi abuelo estaba cansado debido a su edad, así que lo lleve cargado por un trayecto del camino.

Continuará.....

viernes, 23 de abril de 2010

El Libro de mi abuelo




Capitulo XI
El Libro de mi abuelo

Ya todos nos estábamos acostumbrar a las irregularidades que ocurrían en Atlántida. Miguel estaba cada vez mas enfadado ya que se encontraba cada vez mas acosado por el inescrupuloso de Centella. Y el pueblo también se estaba tornando violento e intolerante. Sin embargo Centella los había podido detener mediante amenazas. Sin embargo todo era cuestión de tiempo de que la gente saliera a la calle. Había mucha hambre y el pueblo había sufrido muchas injusticias desde que Centella tenía el poder.

Una noche después de cenar me llamó mi abuelo. Se veía mucha preocupación en su semblante.
-Orión. Necesito hablar contigo- me llamo nervioso.
-¿Que pasa abuelo? -le pregunté.
-Estoy muy inquieto. En Atlántida puede ocurrir cualquier cosa. Necesito que tomes este libro, y lo guardes con mucho cuidado. Es muy valioso. Ya eres mayor, y tienes más noción de cómo utilizar su contenido. Confió en tu prudencia. Jamás y nunca debe caer en manos de Centella y sus secuaces- me dijo muy inquieto.

Lo tomé en mis manos y lo empecé a hojear con mucha curiosidad. Era un viejo libro de pergamino escrito con una pluma de tinta negra fácil de comprender. Tenía diseños de armas, invenciones tecnológicas como el acerca-estrellas, y un conjunto de recetas de infusiones para aliviar enfermedades. Era un libro precioso. Nunca había visto un libro tan bello. Sus ilustraciones estaban llenos de detalles, y pude divisar en las últimas páginas narraciones de nuestras tradiciones e historia. Se veía que se había escrito con mucho trabajo y a lo largo de muchos años.

-Te das cuenta porqué quiero que lo conserves- me dijo mi abuelo. – Sé que tienes una espada escondida en el baúl de tu habitación, pronto tendrás que usarla.

Yo estaba sorprendido. Nunca pensé que mi abuelo supiese de la existiese de la existencia de la espada. Indudablemente, me conocía más de lo que me imaginaba.

-Abuelo, ¿Tu escribiste todas estas páginas? ¿De dónde sacaste tanta información?- le pregunté con avidez.
- Hijo, yo no viví siempre en Atlántida. Parte de mi juventud las viví en Orsea. Es una de las islas cercanas de Atlántida. Lo cierto es, que por motivos personales tuve que emigrar a Atlántida. Aquí es donde conocí a tu abuela, y fuimos muy felices durante muchos años. Cuando murieron tus padres, yo me prometí encargarme de ti, y cuidarte. Pero ya eres un hombre- dijo mi abuelo con tristeza. -Mucha de la información se encuentra escrita en el libro. La gran mayoría son legados de sacerdotes y estudiosos de ciencias. No quería que la información se perdiese así que la transcribí toda en este libro. Yo ya soy viejo, y no podré estar siempre contigo. Tienes que prometerme que te cuidaras de Centella. Es un hombre perverso.

-¡No digas eso abuelo! Todavía te falta algunos años por vivir, pero te prometo que cuidaré del libro, y seré muy vigilante de su contenido- le dije para tranquilizarlo
Mi abuelo sonrió y me dio un gran abrazo. Sabía que mi abuelo tenía muchos años de vida, pero era el único familiar que me quedaba. Tenía ya 75 años, y tenía una lucidez mental muy poco frecuente. No me imaginaba mi vida sin mi abuelo.
-Hijo, no pensemos en situaciones que no han pasado todavía. Solo el Dios Solaris sabrá cuando mi jornada de vida llegará a su fin- me dijo con cariño. – Estoy un poco cansado, iré a descansar a mi habitación. No olvides todo de lo que hemos platicado.

Mi abuelo me entregó el libro, y lo guardé en el mismo baúl en donde se encontraba oculta mi espada. No me imaginaba que pronto la necesitaría


Continuará…………………………

viernes, 16 de abril de 2010

Cambios en Atlántida



Capitulo X
Cambios en Atlántida


Últimamente mi abuelo estaba muy nervioso. Había temblado en varias ocasiones en Atlántida, pero eran sismos de baja intensidad, y yo no veía de por qué preocuparse.

-Ese fue ese cometa, siempre he pensado que esos cuerpos celestes han sido siempre de mal agüero- decía constantemente.
- Abuelo, no te preocupes. Todo pasará- le decía yo para calmarlo
- ¡ Tranquilizarme! Es que no tienes idea de lo que puede pasar. Un día de estos va temblar toda Atlántida, y sucumbiremos todos, y para peor de los males ese Centella ha desequilibrado todavía más la poca armonía que teníamos en nuestro pueblo- decía mi abuelo. Orión, tienes que prometerme algo. En la biblioteca tengo un viejo libro. Es muy antiguo. Si pasa algo llévatelo y aléjate de Atlántida. Tienes la ventaja que sabes cómo sobrevivir en el mar. Puedes ir algunas de esas islas que se encuentran cerca de Atlántida. Yo tengo algunos mapas para que te indiquen el camino.
- Te lo prometo, abuelo- le dije para no preocuparlo más.

En ese instante me recordé de nuestro encuentro con Alfa, y todo aquello que nos había mencionado. Tal vez había algo de cierto, en todo lo que nos había relatado en aquella oportunidad cuando Miguel éramos niños, y paradojamente me acordé también mucho de los delfines, y la espada que tenía guardada en el baúl de mi habitación. Ojalá mi abuelo estuviese equivocado, y fuese nada más que temores de viejos.

Paralelamente a Miguel tampoco le había ido muy bien. Ya era sacerdote de la pirámide del León Rugiente. Y Centella quería eliminarlo a toda costa. Pero Centella, no se quería ensuciar las manos. El tenía otras intensiones. Sabia donde dormía Miguel, y en que parte se encontraba su acerca-estrellas, y mapas estelares. Pensaba robárselos, y dejarlo sin lo que más quería. Además si los demás descubrían que Miguel no los tenía, tendría que abandonar la pirámide y todos los logros que había adquirido en el campo de la astronomía, y también ese creciente liderazgo que tenía el muchacho. Muchos lo querían y escuchaban. Iba a ser un gran problema para él.

Esa noche Centella se acercó sigilosamente a la habitación de Miguel. Dormía profundamente. Cuando ya estaba a punto de abrir el armario, se le lanzó encima un perro negro amenazándolo con los dientes. Miguel se despertó rápidamente.
-Sabía que esto podía pasar. Nunca me fie de ti Centella- le dijo Miguel. Estoy seguro que en la muerte de Luna tuviste mucho que ver

Centella se fue corriendo antes de que el perro lo destrozara.
-Esto no ha terminado Jovencito- le dijo Centella con rabia. Buscaré la manera cómo deshacerte de ti. Dos sacerdotes no son suficientes para Atlántida, y no me arriesgaré a que elimines mis planes.
- Ven Azabache- le dijo Miguel al Perro, acariciándolo por el lomo. Tenemos que vigilar más a ese hombre.

Al día siguiente Miguel me contó todo. Ese hombre indudablemente era peligroso.
-Sabes, Miguel estoy un poco preocupado por los últimos temblores. No son normales. No he querido preocupar a mi abuelo. Pero, él insiste en que puede ocurrir algo grave en Atlántida- le confesé a mi amigo.
-¿Cómo qué?- me preguntó con preocupación.
- Él dice que puede ocurrir una tragedia- le dije con preocupación.
-Entonces, hay que prepararse- me contestó.
-Te acuerdas del viejo libro que nos menciono Alfa cuando éramos niños- le recordé
- Si, lo recuerdo vagamente.
-Bueno, mi abuelo me hice prometerle que me lo llevase si ocurría algo. Debe ser muy importante- le mencioné a Miguel. Tengo que confesarte algo que me ocurrió de niño. Conocí unos delfines, y ellos fueron los que me regalaron la espada.
- Aquella Espada. De verdad, siempre me pareció muy poco usual- me respondió con curiosidad.
- En aquel tiempo, conocí un mundo marino llamado Aquae. Había delfines, sirenas, y todos tipos de animales que pueden vivir en el fondo del mar. El rey de Aquae me regalo esa espada, y me dijo que tal vez algún día la necesitaría – le contaba a Miguel. Sé que parece que fuese un cuento de niños, pero la espada es la prueba de ello.
- Si es así. Posiblemente nos vienen momentos difíciles- me dijo Miguel. Yo no me voy a ir de Atlántida suceda lo que suceda, pero tu si tienes que abandonarla, y salvar a los más jóvenes.
- Ojala no sea necesario- le respondí.

Miguel fue cuidándose en mayor grado de Centella. Tenía guardado bajo su túnica un cuchillo por si se presentaba algo grave. No se separaba de Azabache, y se aseguraba de no encontrarse con él en las noches. Miguel era muy pacifico, pero también era muy decidido. Se había ganado el cariño de la gente, y Centella con su envidia y mala voluntad lo veía como un rival. Pero así como Miguel tenía multitudes que lo seguían, Centella también lo tenía. A él lo seguían malhechores y oportunistas, que querían ganar prestigio y enriquecerse a costa de los demás. Y fue así que Centella y sus secuaces inventaron un plan para aniquilar al pobre de mi amigo.


Continuará……

sábado, 10 de abril de 2010

La Ceremonia




Capitulo IX
La Ceremonia

Pasaron algunos años, y todavía recordábamos nuestro encuentro con Alfa. En aquel entonces, conversé esa noche con mi abuelo, y él se quedo callado. No le pude sacar ninguna palabra, pero si mencionó que cuando fuera mayor tendría que cuidar del libro para que no cayese en malos manos sobre todo del odioso de Centella, que a mi parecer y el de mi abuelo era un sujeto de malas intenciones.

De vez en cuando aparecían los delfines, y jugaba con ellos en el acantilado. Estos me invitaban a nadar en otras costas. Me divertía muchísimo, y fue en ese instante que decidí dedicarme al mar. Me esforcé en aprender nociones básicas de cartografía, geografía, y cómo orientarme con las estrellas para navegar en el mar.

Miguel ya había recibido su medalla en la ceremonia del cóndor dorado. El había elegido una amatista, y había decidido consagrarse en el estudio de la astronomía estudiando posteriormente estudios para ser un futuro sacerdote. A Centella no le hizo mucha gracia, y lo miró siempre con desconfianza desde que mi amigo recibió su amatista.

Yo ya tenía 13 años, y en el próximo mes lunar se realizaría la ceremonia del cóndor dorado. Yo estaba muy emocionado ya que al fin recibiría mi medallón.

Luna todavía era el sacerdote, aunque tenía una precaria condición de salud inicio la ceremonia. Todos los Atlantes estaban reunidos en la pirámide, y todos los niños de mi edad recibirían ese día su medallón. Al recibirlo dejaríamos de ser niños y nos iniciaríamos en la adquisición de mayores responsabilidades.

Las piedras se encontraban en el mesón de piedra ubicado en lo más alto de la pirámide. Todos los Atlantes tenían que asistir ya que era un honor recibir la gema, y todos conocerían cuál iba a ser nuestro destino. Luna inicio la ceremonia con un canto en honor al Dios Solaris, prendiendo la antorcha de fuego, y fue entregando las gemas hasta que llego mi turno.

Yo elegí una gema azul eléctrica. Me fascinaba su color porque me recordaba el mar, y yo me sentía muy identificada con ella.
-Has hecho una buena elección – dijo Luna colocándome el medallón en mi cuello. – El color azul siempre te relacionara con el mar, pero también es sinónimo de fortaleza y valor para enfrentar dificultades. Tal vez en el futuro tendrás que enfrentar adversidades. El Dios Solaris siempre te protegerá para que cumplas tu destino.

Yo lo miré con extrañeza. Pero sabía que tenía razón, Luna nunca se equivocaba en el destino que le tocaba a cada ciudadano de Atlántida. Yo estaba muy feliz. Ya había dejado de ser niño y podía tomar mayores decisiones en mi pueblo. Miguel me felicito por mi medallón. Nos consideramos ya adultos, aunque éramos todavía muy jóvenes, teníamos sueños que anhelábamos por cumplir.

A través de los años la salud de Luna se fue deteriorando. Era muy extraño ya que contaba anteriormente con un buen estado de salud. Las malas lenguas decían que Centella lo estaba envenenando ya que quería ser el nuevo gobernante de Atlántida.

En muchas ocasiones Luna nos reunía en el cubículo de los jóvenes ciudadanos y nos hablaba de la importancia de la armonía, y el respeto hacia todos y la buena convivencia. Nos hablaba también del cuidado a la naturaleza. Él estaba convencido que la falta de armonía producir daños irremediables. Solo nos pedía que no nos olvidáramos de ello.

El tiempo fue pasando y Luna murió repentinamente. Yo ya tenía 20 años, lo recuerdo con mucha tristeza. Llevaron sus restos incinerados, y se dejaron que el mar purificara su espíritu.

Centella había retomado el gobierno de Atlántida. Estableció nuevas leyes, y eliminó la ceremonia del cóndor dorado para los próximos jóvenes Atlantes. Descartó también las actividades de curación con incienso y hierbas a los niños y viejos. Solo ayudaba a los más allegados a su persona.

Un buen día tembló en Atlántida, y uno de los templos se derrumbó. Nadie entendía porque había ocurrido. Jamás había temblado en Atlántida. La pesca también fue más escasa. Era como si nos hubiese caído una maldición.

Continuará….

El Rescate




Capítulo VIII

El rescate

Nos encontrábamos aún dormidos cuando escuchamos ruido en unos matorrales. Y yo más dormido que despierto vi a un hombre alto de color de piel oscura con ojos verdes mirándonos fijamente a nosotros. Vestía una túnica azul con un cinturón dorado, y unas sandalias marrones de cuero. Ni siquiera los sacerdotes de las pirámides usaban esa vestimenta.

-Miguel, despierta- le dije a mi amigo sacudiéndolo
-pero, ¿qué pasa?- me respondió Miguel todavía adormilado.
El extraño se acercó a nosotros, y sin pensarlo dos veces nos amenazó con una lanza que tenía en sus manos.

-¿Que hacen dos niños por estos caminos? Se encuentran muy lejos de la Atlántida.
- Y, ¿quién es Ud.? le pregunté sin pensarlo.
- ¡Respóndanme! No ven que este territorio es de forajidos- nos preguntó otra vez de malas maneras.
- Yo soy Orión, y él es Miguel. Estábamos de excursión hasta que nos asaltaron unos malhechores.
-Ya veo. Menos mal que no les ocurrió más nada- nos respondió. - ¡Vengan conmigo!, se pueden quedar en mi cabaña. Bajo la lanza de sus manos haciéndonos señas para que lo siguiéramos.
Aunque todavía estábamos medio adormilados decidimos seguirlo. La cabaña se encontraba en la cima de una montaña. Nos invitó a pasar, y allí se encontraba una mujer alta, de cabellos dorados con unos bellísimos ojos azules.

-María, dale un poco de comida a estos pobres muchachos. Los encontré abandonados en el riachuelo. Al parecer fueron asaltados por los forajidos que he estado buscando dijo el hombre- Yo me llamo Alfa, y ella es mi esposa María. Pueden quedarse, pero tienen que volver a sus hogares.

Teníamos mucha hambre, y nos devoramos la carne guisada y los panecillos con avidez.
-¿Cuantos días tienen que no comen? Nos pregunto la mujer sirviéndonos más cantidades y más limonada
- dos días- le dijo Miguel
- Han tenido suerte. Con este sol, y con falta de comida, les hubiese podido dar una insolación. Y además ya se les estaba acabando el agua- dijo generosamente la mujer.
- Cuando terminen, Alfa los va acompañar cerca de Atlántida, pero a él no les gusta las multitudes, así que los acompañará un trecho del camino.

Al parecer Alfa era un hombre muy callado, y no hablaba mucho. Miguel, quien era muy curioso no pudo quedarse callado, y le preguntó
-¿por qué se viste así? Ni siquiera los sacerdotes tienen esas túnicas- preguntó con curiosidad Miguel
- Vengo de las islas cercanas de Atlántida. Todos nos vestimos con largas túnicas. Tuvimos varios días un mal temporal, y mi esposa, y yo tuvimos que abandonar la isla, y nos refugiamos aquí. Hemos vivido aquí por años. Pero hace meses esta tierra se ha llenado de forajidos

Alfa se percató de la presencia del acerca – estrellas en el morral de Miguel. Lo veía con curiosidad
-¿De dónde acercaste el artefacto? Tenía tiempo que no veía uno de esos.
- Lo construí con ayuda de mi abuelo- le respondí muy orgulloso. Pero, es de mi amigo Miguel, le fascina la astronomía.
- Tengo entendido que en Atlántida los acerca-estrellas solo lo usan los sacerdotes del templo- dijo con curiosidad.
- Mi abuelo tenía unos diseños viejos. Y me enseñó a fabricarlo. Sabe, tiene unos lentes muy potentes, y puedes observar las estrellas lejanas- dije muy orgulloso.
- Por cierto, ¿cómo se llama tu abuelo?- me preguntó
- Luis ¿por qué?
- Conozco de un hombre que vivió con nosotros un buen tiempo en las islas. Sabía que tenía en su mano viejos manuscritos- contestó pensativo
- No creo, mi abuelo siempre ha vivido con nosotros – le respondí desconfiado
- y, ¿cuántos años tienes? Me pregunto
-once, y pronto voy a cumplir los doce.
- Entonces no puedes conocer la historia de mi tierra, y tampoco la vida de tu abuelo, que tiene más años de vida.

Toda esta historia me tenía intrigado. Estaba seguro que mi abuelo había vivido toda su vida con nosotros en Atlántida. Lo único que sabía a ciencia cierta es que guardaba muchos viejos manuscritos en una pequeña biblioteca llena de polvo.
-De niño había un joven que era muy estudioso de las estrellas, y fabricaba además extraños artefactos. Todo lo registraba en un viejo libro azul de cuero. Por lo menos eso es lo que recuerdo. Pero un día se desapareció, y no supimos más de él.

Me pareció recordar que en la biblioteca de mi abuelo había un viejo libro azul. Me llamo mucho la atención porque era antiquísimo, y tenía además unas franjas doradas. Todo esto era una sorpresa para mí.

-Ese libro está en la biblioteca de mi abuelo-lo vi el día en que estábamos construyendo el acerca-estrellas.
- Caramba, entonces tus eres el nieto de Luis- me dijo sorprendido- Ten cuidado con ese libro. Tiene mucha información que no debe ser desvelada todavía. Allí están escritos una cantidad de invenciones, y planos de armas. Qué casualidad que nos hayamos encontrado con Uds. Tu abuelo ya debe ser viejo, pero me tienes que prometer que no dejarás que caiga ese libro en malas manos.
-Me parece bien- le dije muy dudoso
-Bueno, ya no tenemos nada más que hablar. Cuando terminen de comer nos vamos. No se pueden quedar más tiempo por aquí- dijo el hombre
Aunque yo tenía unas ganas de quedarme más tiempo, decidimos obedecerle. Nos despedimos de María dándole las gracias por todas sus atenciones. Nos dieron unas cuantas provisiones para aguantar el hambre en el camino. Alfa nos acompañó casi hasta llegar a Atlántida.

-Aquí nos despedimos- les dijo alejándose a la distancia.
Nos despedimos del misterioso hombre, y seguimos nuestro camino hasta llegar a nuestros hogares.


Continuará………………………………

sábado, 3 de abril de 2010

La Excursión




Capitulo VII

La Excursión

Muchos nos alegramos de que Centella no siguiera enseñando, sin embargo yo no quise ir más a la escuela. Tenía miedo que el odioso de Centella estuviera cerca, y buscará la manera de seguir molestándome. Mi abuelo se encargó de que yo aprendiese las nociones elementales de geometría, matemática y algunos algoritmos que podían se útiles para mi formación. Tenia además una rica biblioteca de literatura de pensamientos de filosofía, historia, y escritos destacados que habían dejado grandes aportes en la civilización de Atlántida. Los libros de mi abuelo eran antiguos y viejos, y encerraban muchos conocimientos. Aprendí mucho de ellos por un buen tiempo.

A Miguel le pareció muy extraño de no verme por la escuela, así que un día le relaté todo. Estaba sorprendido. Nunca pensó que ese hombre fuese tan cruel y despiadado. Por su parte, Miguel estaba aprendiendo mucho con Luna acerca de Astronomía. El sacerdote también instruía a niños más grandes. Luna descubrió que Miguel tenía un acerca-estrellas, pero no le recriminó nada. Solo le sugirió que no se acercase por las pirámides en paseos nocturnos. Le recomendó a Miguel que fuese a la montaña Kali de las afueras de Atlántida. La montaña era muy alta, y el sacerdote había construido un refugio para sus observaciones de astronomía. Le dejó la llave a Miguel, y le dijo que podía ir cuando quisiese, sin embargo le indicó que tuviese mucho cuidado.

Miguel se moria de ganas para ir a Kali, pero no quería ir solo. Era muy lejos, y necesitaba unas cuantas provisiones para aventurarse a quedarse unos días en el refugio. Un día nos encontramos en la playa, y Miguel me dejo sin habla.

-Hola Orión. Sabes, te hemos extrañado mucho por la escuela- me dijo con simpatía
- ¡No la necesito! Además mi abuelo me esta enseñando todo lo necesario le respondí de malos modos.
- Todos entendemos – me dijo con paciencia- He aprendido mucho de astronomía, Luna me ha enseñado mucho, incluso me dio las llaves de un refugio que se encuentra en Kali para hacer mis practicas de astronomía. Voy a ir el próximo fin de semana. ¿Quieres acompañarme?
- Por supuesto. Cuenta conmigo.

Miguel estaba muy contento. No había tenido la oportunidad de utilizar el acerca-estrellas desde el episodio en la pirámide. Entre los dos compramos en el pueblo lo que necesitábamos y nos fuimos a Kali temprano en el amanecer. Nuestros padres confiaban plenamente en nosotros. No les pareció peligroso.

Después de dos horas en burro llegamos al refugio. Estábamos adoloridos. El refugio se encontraba en la cima de la montaña. Miguel me relato que esa noche iba a ser espectacular. Iba a ver una lluvia de estrellas.

Descansamos todo el día, y al anochecer subimos a la parte más alta de la montaña. Miguel llevaba su acerca- estrellas, y su libro de anotaciones. Yo lleve dos bancos unos bocadillos. No sabia cuanto tiempo íbamos a estar allí.

Yo estaba que me dormía hasta que oí a Miguel gritar.

-¡Allí viene la lluvia de estrellas! ¡Que increíble!- me dijo muy emocionado.
Miguel me paso el acerca- estrellas. Y las entonces las vi.
-Pero, que extrañas son. Son de distintos colores- le dije con sorpresa.
- déjame ver- diantres- Comentó Miguel. -Eso no es una lluvia de estrellas comunes, las que yo conozco son blancas como la leche. Por lo menos eso dicen en el libro de Astronomía. Déjame anotarlo todo.
- Pero, Miguel lo que sale en los libros no todo es cierto. A veces es bueno comprobar las cosas- le expliqué

Miguel tenía en su cuaderno diagramas, dibujos, y anotaciones de todo lo que observaba. Era muy ordenado, a diferencia de mi persona, que a veces no encontraba lo que buscaba. Indudablemente él podía ser el próximo sacerdote del templo de Osiris. Allí se encontraban los mejores astrónomos de Atlántida.

Esa noche estuvimos hasta la madrugada observando la lluvia de estrellas. Hasta vimos al planeta rojo incandescente de las tardes. Se veía muy claro.
-Orión. Luna me ha dicho que ese planeta se encuentra cerca de la Tierra.
- ¿y como es posible que lo podamos percibir, si la Tierra es plana?
- ¿y tú crees eso? Nuestro planeta es redondo- me explicó Miguel
-¡ Redonda! Piénsalo. Es que tu crees que Atlántida en la única tierra existente en el planeta. ¿De dónde crees que vienen las gaviotas que se asoman de vez en cuando a nuestra bahía? – me dijo con paciencia
-Tienes razón.

Miguel tenía además un cuaderno de cartografía, en donde anotaba los espacios geográficos de Atlántida e islas cercanas. Y en el fondo del corazón quería conocer otras tierras. Pero no lo veía posible.

Pasamos un fin de semana increíble. Tuvimos la ocasión de ver una lluvia de estrellas, varias estrellas fugaces en el amanecer e incluso al planeta rojo incandescente. Yo, realmente estaba agotado.

Ese Domingo recogimos todas nuestras cosas, y nos dispusimos a volver a casa. El camino era largo y polvoriento. No había llovido hace tiempo, así que todo estaba muy árido. Cuando ya estábamos a mitad de camino aparecieron unos hombres de muy mal aspecto. No nos gusto para nada

-¿Que hacen Uds. por aquí? dos niños tan lejos de Atlántida- preguntó uno de malos modos.
- Mira, Pedro. Tiene un acerca- estrellas- dijo el otro- Puedes olvidarte ya del artefacto. Podemos venderlo a los astrónomos de las otras islas.
- ¡jamás! Me costó mucho obtenerlo le respondió Miguel
- Entonces, me dejan los burros, y la comida- respondió el más desagradable de todos.

.Miguel se bajó de su burro, yo hice lo mismo. Ya sabía yo que lo íbamos a pasar muy mal. Todavía faltaba la mitad del camino. Y caminando nos iba a tomar 5 horas. Por lo menos teníamos el agua. Los hombres así como aparecieron, desaparecieron entre unos matorrales riéndose a grandes carcajadas deleitándose con el botín.

Los hombres se llevaron los burros y la comida.
-¡Esos desgraciados! Pero, por lo menos no tienen mi acerca-estrellas ni mis anotaciones- dijo Miguel con alivio

Yo hubiese hecho otra elección. Pero la pasión de Miguel era las estrellas, así que no dije nada. Estuvimos caminando horas, yo no supe cuanto. Estábamos muertos de cansancio. Y ya nuestros pies estaban muy adoloridos. Nuestras sandalias no nos ayudaban en nada. No habíamos comido en 4 horas. Al llegar a un pequeño arroyo bebimos agua hasta saciarnos, y nos quedamos dormidos hasta entrada en la tarde.

Continuará…

viernes, 2 de abril de 2010

El Juicio




Capitulo VI
El Juicio


Todos los Miércoles se celebraban el juicio de los criminales en la pirámide del Águila blanca. Todos los Atlantes estábamos en la obligación de asistir con la finalidad de no cometer fechorías y no poner en riesgo nuestra ciudadanía. Luna no creía en los encarcelamientos. Él le daba mayor importancia al aprendizaje de las acciones de cada uno de nuestros ciudadanos a diferencia de Centella. Si bien era cierto que en la Pirámide del cóndor dorado existían celdas horrorosas, a nuestro querido sacerdote le parecía que estas debería eliminarse ya que las practicas de tortura y castigo se habían eliminado en viejas generaciones.

La mayoría de los juicios eran en contra de ladronzuelos, y estos eran castigados con el destierro. Luna consideraba que la asistencia a estos juicios era muy positiva, incluso para los más jóvenes para que todos estuviéramos al tanto de lo que sucedía en Atlántida.

Ese día juzgaron a unos cuantos ladronzuelos. Habían robado una gran cantidad de pescado del pueblo. Era una penalidad alta ya que la mayoría de los Atlantes vivía de la pesca, y era el único medio de sobrevivir. Al llegar, todos nos reunimos en la parte inferior de la pirámide. El juicio ya estaba por empezar.

Se inicio el juicio al prenderse la llama incandescente.

- Hoy es Miércoles ¿Qué tenemos para hoy? dijo Luna con tristeza.

- Tenemos unas cuantas novedades. El juicio de estos ladronzuelos y un criminal mayor. Se encuentra en la celda de los castigos- dijo Centella con Crueldad

-¿Que puede ser tan grave?- dijo el pobre sacerdote

- Subió a hurtadillas a media noche en la pirámide del cóndor dorado usando seguramente uno de tus acerca-estrellas- respondió el viejo desagradable.

El público estaba sorprendido. Hay que ser muy osado para cometer semejante felonía. Le costaría muy alto.

_ ¿Quién es? – preguntó el pobre sacerdote con tristeza.

-¡Es un pequeño rapaz! le dijo con crueldad

-¡Un niño! No te parece que ya tu odio por los pequeños se ha vuelto exagerado- le dijo con desagrado.

-¡Te lo traeré para qué sepas quién es! le dijo desagradablemente

Miguel y yo nos encontrábamos bien lejos de allí, pero observamos detenidamente todo lo que ocurría. Esta situación podría desencadenar graves consecuencias ya que Centella era mi maestro de matemáticas.

Centella bajo rápidamente la pirámide y se dirigió a aquella e dónde me encontraba supuestamente apresado. A medida que se acercaba vio con sorpresa que la puerta estaba abierta y medio destruida. Estaba tan enfurecido que tiro todas las llaves al suelo.

-¿Qué ha pasado? ¡Se ha escapado! me las va a pagar- se dijo con violencia. Ahora voy hacer el hazmerreír en el juicio.

Se dirigió rápidamente a la pirámide del Águila blanca, y antes de que siguieran con la ceremonia le dijo suavemente a Luna

-¡se ha escapado ese rapaz!

-¡Esto es el colmo! No concibo que inventes semejante historia. Tu odio por los pequeños ciudadanos de Atlántida te traerá la perdición- le dijo con paciencia.

Centella estaba muy malhumorado, y tuvo que callarse durante toda la ceremonia. Luna no le dio permiso y oportunidad para que participase.

Al final se sentenciaron a los ladronzuelos al exilio. Tendrían que abandonar Atlántida temprano mañana en el amanecer. Todo el mundo estaba sorprendido de lo acontecido. Las familias estaban preocupadas. Centella era un hombre cruel, y no querían que sus hijos fueran victimas de este hombre en la escuela.

Los padres tenían razón por preocuparse. En mi clase de matemática vino con muy mal humor. Tenía al lado de su mesa en viejo bastón de madera. Dos niños de 6 años sufrieron la consecuencia solo por no saberse una pequeña suma simple.

Esto era más de lo que podía aguantar, y decidí defenderlos, aunque estaba muerto de miedo.

¡Al fin das la cara! Me dijo con crueldad

Me agarro del oído y me dio tres golpes en la espalda con el bastón. Yo lloraba del dolor.

No podía ni hablar del dolor

Los demás niños estaban aterrorizados. Todo estaba en silencio.

Desgraciadamente todos los días Centella siempre tenía una excusa para maltratarme, y siempre llegaba todo golpeado a mi casa. Un buen día no pude salir a trabajar ni ayudar a mi padre. Ni siquiera podía a acompañar a Miguel a pescar.

Mi abuelo que sospechaba algo se dirigió a mi habitación

-Hijo, ¿que te pasa?

- Nada abuelo. Hoy estoy muy cansado.

Tenía todavía la túnica puesta de dormir, pero entonces mi abuelo se percató que tenía todas las piernas llenas de magulladuras.

- ¿Qué te ha hecho? Fue Centella, verdad- me respondió mi abuelo.

Mi abuelo me subió la tunica, y vio todos los golpes

_ iEse desgraciado! No voy a permitir que maltraten así a mi nieto.- respondio

-¡No, abuelo! Si hablas con Luna va ser peor- le conteste- Y, por favor no les digas nada a mis padres

- No vas a ir más a esa escuela. De todos modos yo no estudie nunca, y todo lo aprendí en la vida

- Te voy hacer un té que te aliviará el dolor dijo con tristeza.

Después de tomármelo me quedé profundamente dormido. A las horas me desperté bastante aliviado. Busqué a mi abuelo, y no lo encontré. Seguro que fue hablar con el viejo sacerdote. Pedí que el Dios Solaris nos protegiera.

Mi abuelo llegó a la pirámide del cóndor dorado, y pidió entrevista urgente con Luna. Y entonces le relató todo. Luna estaba sorprendido. Sabia del mal carácter de Centella, pero no se imaginó nunca de los límites de su crueldad

-Ahora entiendo porqué hay cada vez menos niños en la escuela- dijo el sacerdote con indignación – pondré manos en el asunto. Gracias por avisarme

Orión significaba mucho para Luna. Veía en él mucho potencial como un futuro líder en Atlántida. Le había tomado mucho afecta al pequeño y a su familia.

Mi abuelo se retiró más tranquilo, y con la esperanza de que Luna ayudara no solo protegiera a su nieto sino también a los otros niños.

Esa tarde Luna se entrevistó con Centella muy enfadado

-He recibido muchas quejas de los padres de los niños. Me dicen que los maltratas mucho.

- ¡Esos niños necesitan disciplina! dijo con severidad -Solo quieren jugar, y no prestan atención

- Por eso son niños. Le estas quitando lo poco que tienen de humanidad- le respondió el sacerdote -No darás más clases en Cronos. Yo seré su nuevo maestro. No te expulso de Atlántida porque te necesito en la pirámide para preparar las infusiones para curar las dolencias de los enfermos. Pero estas a prueba como todos los malhechores.

Centella no le respondió nada y asumió el relevo del cargo. Total, odiaba todos esos niños. Así se evitaba más rabietas.

Centella tenia aspiraciones de ser el sacerdote mayor del templo. Luna todavía no era tan viejo. Ya buscaría con el tiempo qué hacer para ser el nuevo gobernante de Atlántida y así todo cambiaría. Ese exceso de benevolencia hacia el pueblo más débil.

Eso fué el fin de la conversación y no se tocó más el tema. Desgraciadamente la justicia y la vida en Atlántida iba a cambiar con el tiempo.

Continuará………………

jueves, 1 de abril de 2010

La Espada





Capitulo V
La Espada

Centella me agarró del brazo con mucha fuerza produciéndome algunos arañazos y magulladuras. Era un hombre inclemente, inclusivo con los mismos niños.
- ¡Me haces daño! Me vas a fracturar el brazo decía a gritos
-Eso es lo ultimo de lo que te deberías preocupar me respondió con crueldad. – Te quedaras encerrado por dos días hasta el día del juicio del miércoles
-Pero, ese juicio es para criminales- grite sollozando.
-Me encargaré de que Luna no tenga Clemencia contigo- respondió – Al declararte culpable no tendrás derecho a participar en la ceremonia del Cóndor dorado. Y te desterrarán de Atlántida Ahora eres un menor, pero te iras a los 18 años por desobedecer las leyes del Dios Solaris.
Con el otro brazo saco de su bolsillo una llave vieja de acero, y me tiro en una celda oscura y fría. Apenas tenia una apertura por la ventana en donde podía ver el reflejo de la luna y el brillo de las estrellas. No entendía como Luna tenia confianza en él. Paso la cerradura y me dejo abandonado en mis pensamientos.

Yo estaba muy asustado. Me quedé dormido de tanto llorar de impotencia. No era tanto el miedo por la estadía en esa celda oscura, sino la idea de que me desterrarán me aterrorizaba. Mi familia se avergonzaría, y no podrían hacer absolutamente nada.

En mis sueños aparecían los delfines y los amigos que había hecho en el mar. No sabía si estaba dormido ni despierto. Aparecían y desaparecían hablando entre chillidos.
-¡La espada Orión! – me decía Loti.
Me desperté sobresaltado dándome cuenta donde me encontraba. No podía hacer nada. Llevaba todas las de perder.

Mientras tanto Miguel ya había llegado a su casa. Era ya prácticamente la una de la madrugada. Guardó el acerca-estrellas en su armario. No podía dormir pensando en la suerte de su amigo. Se recostó una hora y decidió ir a buscarlo. El sabía en que celda metían a los criminales. Se sentía muy mal. Si hubiese tenido mas cuidado.

Eran las tres de la madrugada y subió sigilosamente hasta la pirámide. Tenia que encontrar la celda. Todas eran iguales. Sabía que la cerradura de la prisión era viejísima. Al fin la encontró.

-Orión, Orión- hablaba en susurro- amigo, ¡despierta!
-¿Que pasa? Que bueno verte Miguel le respondí
-Vengo a sacarte de aquí.-
-¿Como? La llave la tiene Centella- le conteste. Espera, se como puedes ayudarme. Ve a mi casa. Escabullate por la ventana de mi cuarto. En mi habitación hay un baúl viejo. Allí tengo guardada una espada. Tráemela rápidamente.
Miguel pensó que su amigo desvariaba.
-¡Solo hazlo!- Le respondí.

Miguel se fue corriendo a mi casa. Corría a toda velocidad. No supo cuanto tardó, y se metió a hurtadillas en el cuarto de Miguel. Y allí estaba un viejo baúl. No hizo mucho ruido. Abrió silenciosamente el baúl, y encontró una preciosa espada. Nunca había visto nada parecido. En realidad no sabía para que le fuera a servir. Pero, se la llevaría a cualquier costo.
Se le cerraban prácticamente los ojos del sueño, pero después de grandes esfuerzos llego a la celda de Miguel y le paso por los barrotes la Espada.
Observaba la Espada, y no sabia que hacer. De repente una idea descabellada me paso por la cabeza. La piedra azul brillaba más que nunca. Deje que la luz entrara hacia la piedra azul, y de repente, mágicamente salio un rayo azul luminoso de la misma y derrumbo con fuerza la puerta.
Miguel estaba peTamaño de fuenterplejo. No cabía de su asombro.
-¿Que ha pasado? ¿Y esa espada? Me preguntaba con zozobra
-¡Vámonos, antes de que nos descubran! Le dije rápidamente a Miguel

Bajamos rápidamente las escalinatas. Estábamos exhaustos. Miguel me observaba y no paraba de ver la espada.
¿De dónde la sacaste? – me preguntaba
- Después te contaré- le respondí -Vámonos a nuestra casa, antes de que nos descubran.
Era casi las seis de la mañana, Miguel estaba agotado, yo más aliviado. Me acosté en mi cama y me quedé profundamente dormido. Pero todo no había terminado, faltaba el juicio del Miércoles, me pregunto como iba hacer Centella para justificar mi ausencia en la celda.

Continuará……