Capítulo VIII
El rescate
Nos encontrábamos aún dormidos cuando escuchamos ruido en unos matorrales. Y yo más dormido que despierto vi a un hombre alto de color de piel oscura con ojos verdes mirándonos fijamente a nosotros. Vestía una túnica azul con un cinturón dorado, y unas sandalias marrones de cuero. Ni siquiera los sacerdotes de las pirámides usaban esa vestimenta.
-Miguel, despierta- le dije a mi amigo sacudiéndolo
-pero, ¿qué pasa?- me respondió Miguel todavía adormilado.
El extraño se acercó a nosotros, y sin pensarlo dos veces nos amenazó con una lanza que tenía en sus manos.
-¿Que hacen dos niños por estos caminos? Se encuentran muy lejos de la Atlántida.
- Y, ¿quién es Ud.? le pregunté sin pensarlo.
- ¡Respóndanme! No ven que este territorio es de forajidos- nos preguntó otra vez de malas maneras.
- Yo soy Orión, y él es Miguel. Estábamos de excursión hasta que nos asaltaron unos malhechores.
-Ya veo. Menos mal que no les ocurrió más nada- nos respondió. - ¡Vengan conmigo!, se pueden quedar en mi cabaña. Bajo la lanza de sus manos haciéndonos señas para que lo siguiéramos.
Aunque todavía estábamos medio adormilados decidimos seguirlo. La cabaña se encontraba en la cima de una montaña. Nos invitó a pasar, y allí se encontraba una mujer alta, de cabellos dorados con unos bellísimos ojos azules.
-María, dale un poco de comida a estos pobres muchachos. Los encontré abandonados en el riachuelo. Al parecer fueron asaltados por los forajidos que he estado buscando dijo el hombre- Yo me llamo Alfa, y ella es mi esposa María. Pueden quedarse, pero tienen que volver a sus hogares.
Teníamos mucha hambre, y nos devoramos la carne guisada y los panecillos con avidez.
-¿Cuantos días tienen que no comen? Nos pregunto la mujer sirviéndonos más cantidades y más limonada
- dos días- le dijo Miguel
- Han tenido suerte. Con este sol, y con falta de comida, les hubiese podido dar una insolación. Y además ya se les estaba acabando el agua- dijo generosamente la mujer.
- Cuando terminen, Alfa los va acompañar cerca de Atlántida, pero a él no les gusta las multitudes, así que los acompañará un trecho del camino.
Al parecer Alfa era un hombre muy callado, y no hablaba mucho. Miguel, quien era muy curioso no pudo quedarse callado, y le preguntó
-¿por qué se viste así? Ni siquiera los sacerdotes tienen esas túnicas- preguntó con curiosidad Miguel
- Vengo de las islas cercanas de Atlántida. Todos nos vestimos con largas túnicas. Tuvimos varios días un mal temporal, y mi esposa, y yo tuvimos que abandonar la isla, y nos refugiamos aquí. Hemos vivido aquí por años. Pero hace meses esta tierra se ha llenado de forajidos
Alfa se percató de la presencia del acerca – estrellas en el morral de Miguel. Lo veía con curiosidad
-¿De dónde acercaste el artefacto? Tenía tiempo que no veía uno de esos.
- Lo construí con ayuda de mi abuelo- le respondí muy orgulloso. Pero, es de mi amigo Miguel, le fascina la astronomía.
- Tengo entendido que en Atlántida los acerca-estrellas solo lo usan los sacerdotes del templo- dijo con curiosidad.
- Mi abuelo tenía unos diseños viejos. Y me enseñó a fabricarlo. Sabe, tiene unos lentes muy potentes, y puedes observar las estrellas lejanas- dije muy orgulloso.
- Por cierto, ¿cómo se llama tu abuelo?- me preguntó
- Luis ¿por qué?
- Conozco de un hombre que vivió con nosotros un buen tiempo en las islas. Sabía que tenía en su mano viejos manuscritos- contestó pensativo
- No creo, mi abuelo siempre ha vivido con nosotros – le respondí desconfiado
- y, ¿cuántos años tienes? Me pregunto
-once, y pronto voy a cumplir los doce.
- Entonces no puedes conocer la historia de mi tierra, y tampoco la vida de tu abuelo, que tiene más años de vida.
Toda esta historia me tenía intrigado. Estaba seguro que mi abuelo había vivido toda su vida con nosotros en Atlántida. Lo único que sabía a ciencia cierta es que guardaba muchos viejos manuscritos en una pequeña biblioteca llena de polvo.
-De niño había un joven que era muy estudioso de las estrellas, y fabricaba además extraños artefactos. Todo lo registraba en un viejo libro azul de cuero. Por lo menos eso es lo que recuerdo. Pero un día se desapareció, y no supimos más de él.
Me pareció recordar que en la biblioteca de mi abuelo había un viejo libro azul. Me llamo mucho la atención porque era antiquísimo, y tenía además unas franjas doradas. Todo esto era una sorpresa para mí.
-Ese libro está en la biblioteca de mi abuelo-lo vi el día en que estábamos construyendo el acerca-estrellas.
- Caramba, entonces tus eres el nieto de Luis- me dijo sorprendido- Ten cuidado con ese libro. Tiene mucha información que no debe ser desvelada todavía. Allí están escritos una cantidad de invenciones, y planos de armas. Qué casualidad que nos hayamos encontrado con Uds. Tu abuelo ya debe ser viejo, pero me tienes que prometer que no dejarás que caiga ese libro en malas manos.
-Me parece bien- le dije muy dudoso
-Bueno, ya no tenemos nada más que hablar. Cuando terminen de comer nos vamos. No se pueden quedar más tiempo por aquí- dijo el hombre
Aunque yo tenía unas ganas de quedarme más tiempo, decidimos obedecerle. Nos despedimos de María dándole las gracias por todas sus atenciones. Nos dieron unas cuantas provisiones para aguantar el hambre en el camino. Alfa nos acompañó casi hasta llegar a Atlántida.
-Aquí nos despedimos- les dijo alejándose a la distancia.
Nos despedimos del misterioso hombre, y seguimos nuestro camino hasta llegar a nuestros hogares.
Continuará………………………………
El ritmo es fantástico. Eres una excelente narradora. No aburres, sino que entretienes con una intriga maravillosa.
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