viernes, 16 de abril de 2010

Cambios en Atlántida



Capitulo X
Cambios en Atlántida


Últimamente mi abuelo estaba muy nervioso. Había temblado en varias ocasiones en Atlántida, pero eran sismos de baja intensidad, y yo no veía de por qué preocuparse.

-Ese fue ese cometa, siempre he pensado que esos cuerpos celestes han sido siempre de mal agüero- decía constantemente.
- Abuelo, no te preocupes. Todo pasará- le decía yo para calmarlo
- ¡ Tranquilizarme! Es que no tienes idea de lo que puede pasar. Un día de estos va temblar toda Atlántida, y sucumbiremos todos, y para peor de los males ese Centella ha desequilibrado todavía más la poca armonía que teníamos en nuestro pueblo- decía mi abuelo. Orión, tienes que prometerme algo. En la biblioteca tengo un viejo libro. Es muy antiguo. Si pasa algo llévatelo y aléjate de Atlántida. Tienes la ventaja que sabes cómo sobrevivir en el mar. Puedes ir algunas de esas islas que se encuentran cerca de Atlántida. Yo tengo algunos mapas para que te indiquen el camino.
- Te lo prometo, abuelo- le dije para no preocuparlo más.

En ese instante me recordé de nuestro encuentro con Alfa, y todo aquello que nos había mencionado. Tal vez había algo de cierto, en todo lo que nos había relatado en aquella oportunidad cuando Miguel éramos niños, y paradojamente me acordé también mucho de los delfines, y la espada que tenía guardada en el baúl de mi habitación. Ojalá mi abuelo estuviese equivocado, y fuese nada más que temores de viejos.

Paralelamente a Miguel tampoco le había ido muy bien. Ya era sacerdote de la pirámide del León Rugiente. Y Centella quería eliminarlo a toda costa. Pero Centella, no se quería ensuciar las manos. El tenía otras intensiones. Sabia donde dormía Miguel, y en que parte se encontraba su acerca-estrellas, y mapas estelares. Pensaba robárselos, y dejarlo sin lo que más quería. Además si los demás descubrían que Miguel no los tenía, tendría que abandonar la pirámide y todos los logros que había adquirido en el campo de la astronomía, y también ese creciente liderazgo que tenía el muchacho. Muchos lo querían y escuchaban. Iba a ser un gran problema para él.

Esa noche Centella se acercó sigilosamente a la habitación de Miguel. Dormía profundamente. Cuando ya estaba a punto de abrir el armario, se le lanzó encima un perro negro amenazándolo con los dientes. Miguel se despertó rápidamente.
-Sabía que esto podía pasar. Nunca me fie de ti Centella- le dijo Miguel. Estoy seguro que en la muerte de Luna tuviste mucho que ver

Centella se fue corriendo antes de que el perro lo destrozara.
-Esto no ha terminado Jovencito- le dijo Centella con rabia. Buscaré la manera cómo deshacerte de ti. Dos sacerdotes no son suficientes para Atlántida, y no me arriesgaré a que elimines mis planes.
- Ven Azabache- le dijo Miguel al Perro, acariciándolo por el lomo. Tenemos que vigilar más a ese hombre.

Al día siguiente Miguel me contó todo. Ese hombre indudablemente era peligroso.
-Sabes, Miguel estoy un poco preocupado por los últimos temblores. No son normales. No he querido preocupar a mi abuelo. Pero, él insiste en que puede ocurrir algo grave en Atlántida- le confesé a mi amigo.
-¿Cómo qué?- me preguntó con preocupación.
- Él dice que puede ocurrir una tragedia- le dije con preocupación.
-Entonces, hay que prepararse- me contestó.
-Te acuerdas del viejo libro que nos menciono Alfa cuando éramos niños- le recordé
- Si, lo recuerdo vagamente.
-Bueno, mi abuelo me hice prometerle que me lo llevase si ocurría algo. Debe ser muy importante- le mencioné a Miguel. Tengo que confesarte algo que me ocurrió de niño. Conocí unos delfines, y ellos fueron los que me regalaron la espada.
- Aquella Espada. De verdad, siempre me pareció muy poco usual- me respondió con curiosidad.
- En aquel tiempo, conocí un mundo marino llamado Aquae. Había delfines, sirenas, y todos tipos de animales que pueden vivir en el fondo del mar. El rey de Aquae me regalo esa espada, y me dijo que tal vez algún día la necesitaría – le contaba a Miguel. Sé que parece que fuese un cuento de niños, pero la espada es la prueba de ello.
- Si es así. Posiblemente nos vienen momentos difíciles- me dijo Miguel. Yo no me voy a ir de Atlántida suceda lo que suceda, pero tu si tienes que abandonarla, y salvar a los más jóvenes.
- Ojala no sea necesario- le respondí.

Miguel fue cuidándose en mayor grado de Centella. Tenía guardado bajo su túnica un cuchillo por si se presentaba algo grave. No se separaba de Azabache, y se aseguraba de no encontrarse con él en las noches. Miguel era muy pacifico, pero también era muy decidido. Se había ganado el cariño de la gente, y Centella con su envidia y mala voluntad lo veía como un rival. Pero así como Miguel tenía multitudes que lo seguían, Centella también lo tenía. A él lo seguían malhechores y oportunistas, que querían ganar prestigio y enriquecerse a costa de los demás. Y fue así que Centella y sus secuaces inventaron un plan para aniquilar al pobre de mi amigo.


Continuará……

2 comentarios:

  1. Està hermoso tu blog , tus cuentos de la Atlàntida son super, y me encanta que te realices como escritora para un público de 1 a 99 o 120 años...siempre nos gustará escuchar este tipo de historias...

    te mando un beso y gran abrazo querida Judith

    Marisa Aragón Willner

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  2. Es verdad. Estoy con Marysa. Estos cuentos son para todas las edades y lo llevas a buen ritmo.
    Es interesantísimo.
    Y muy bonito este relato. Es ameno e interesante. Me recuerdan a los libros del Barco de Vapor.
    ¡¡¡Enhorabuena!!!!
    Abrazos.

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