Carlos recordaba desde su más tierna infancia la sensación de una paz infinita al navegar
por el mar. Disfrutaba del olor del aire marino, la presencia de los delfines y
la llegada de los peces voladores bien temprano en la mañana. Le gustaba sentir
con sus pies descalzos la textura de la arena, el saludo de los pequeños
cangrejos que aparecían al salir de las madrigueras a media mañana. Aunque
conocía bien el mar siempre lo respeto. Sabía que cuando las aguas estaban
turbulentas aparecían las medusas que quemaban como el fuego mismo como
aquellas extrañas algas que aparecían desde lo más profundo del mar.
El joven vivía en las costas de Grecia, eran unas
playas paradisiacas. Eran cristalinas como el agua de los ríos de la montaña
salvo que tenía muchas piedras por lo que había que tener mucho cuidado al
anclar su navío, Sin embargo algo en las playas estaba cambiando. Todo ocurrió
después de una tormenta marina. Fueron dos días de lluvias torrenciales, y el
mar había arrastrado muchas algas hacia la orilla. Carlos percibió que estas no
eran nada ordinarias. Estas eran de diversos colores, y no como aquellas verde
esmeralda que tanto conocía, y el olor fétido que provenía de las aguas tampoco
le gusto.
Carlos a pesar de que era un muchacho tímido e
introvertido era muy querido por todos aquellos que hacían vida en el puerto. Sentían
que aquel muchacho tenía en su personalidad el mismo misterio que provenía del
mar, y era respetado por todos. Desde pequeño se aventuraba en su pequeño peñero
con su padre a pescar en la noche, y madrugadas trayendo la mejor pesca de
atunes, y sardinas. El muchacho no decía nada, pero sentia el dolor de los
atunes al ser atrapado en las redes. Sabía que tenían que comer, y por ello no
expresaba libremente sus ideas.
Era un excelente nadador, y se sumergía en las
profundidades del mar recogiendo perlas marinas en donde nadie podía alcanzarlas.
Llego a ser tan diestro en ello por lo que saco buen aprovecho ya que se lo ofrecía
a buen precio a los comerciantes del puerto, y con ello vivía su familia.
El muchacho no sabía de donde provenía ese olor
fétido de las aguas. ¿Sería un barco que derramo alguna sustancia tóxica?
Muchos peces habían muertos contaminados por lo que la economía de los
comerciantes se contrajo notoriamente. Algunos niños murieron intoxicados ya
que sus padres no previeron de la enfermedad de los peces.
Los habitantes del puerto se reunieron, y
decidieron hablar con Carlos. El sabría qué hacer. Ese día se encontraba
limpiando su navío y percibió la llegada de una multitud
-Hola Carlos. Necesitamos tu ayuda. No hay
pescados en alta mar. Muchos se encuentran muertos, y ya nuestras familias
apenas tienen para comer ¿Podrías ayudarnos?- dijo un hombre ya de edad
-¿Será un
barco que ha contaminado las aguas?- dijo una mujer.
-Realmente no he visto barcos desconocidos en el
mar. Es muy extraño, pero los ayudaré.- respondió Carlos con preocupación
-Sabemos que conoces estas playas como la palma de
tu mano. No tenemos a quién acudir- dijo
un hombre aproximadamente de 30 años.
-Entiendo su preocupación. Iré mañana temprano
hacia el alta mar- dijo el muchacho.
La multitud se sintió aliviada, sabían que solo él
podría ayudarlos.
Carlos se levantó muy temprano y se despidió de
sus padres esa madrugada. Realmente no sabía que encontraría durante su travesía.
Su madre percibió la preocupación de su hijo.
-Ten cuidado hijo. No corras riesgos innecesarios-
dijo su madre con lágrimas en los ojos.
-Aléjate de los tiburones- dijo su padre
preocupado dándole un abrazo de despedida.
-No se preocupen. Vendré pronto. Cualquiera diría
que no me van a ver más-respondió el muchacho.
Ambos hicieron silencio. Su hijo todavía para
ellos era un gran enigma. Tenían temor que el mar lo llamase. Carlos era una
criatura parecida a aquellas que habitan en el mar. Nunca entendieron su afán
por permanecer cerca del océano. Se despidieron de él con un gran abrazo
sospechando en sus adentros que tal vez no lo volverían a ver otra vez.
Los temores
de sus padres no estaban muy lejos de la realidad. Carlos desconocía con
que se podía encontrar en el viaje.
El muchacho soltó las amarras del puerto de su navío,
y se embarcó en alta mar. El olor fétido de las aguas le daba nauseas, y el
sonido del viento al navegar hacia alta mar era ya para él desconocido. A
medida que se fue adentrando en el mar las aguas habían adquirido otro color.
Eran más transparentes, y el gentil olor marino llenaba agradablemente sus
pulmones. ¿Qué raro? ¿Por qué la diferencia en las aguas?
Ya era casi el anochecer, y sus ojos se estaban
cerrando cuando sintió un chapoteo en las aguas. Abrió los ojos despertándose súbitamente ¿Qué es eso? No parece un delfín Tampoco es
un pescado. Ante su sorpresa pudo percibir un ser mítico. Sus padres le habían
hablado de ellas. Era una sirena. Tenía el cabello verde esmeralda, y una cola
de pescado. Nunca había visto nada así. Sus padres le habían advertido acerca
de ellas. Decían que hipnotizan a los marineros haciéndolos perder el rumbo de
sus navíos. Carlos no creía en ello. Ningún ser marino era dañino. Éramos
nosotros que a veces pescábamos a los peces por diversión. Conocía esos hombres
que venían de la ciudad. Pescaban grandes atunes, y peces espada solo para
exponerlos un trofeo.
La sirena siguió nadando cerca de la nave de
Carlos. No estaba sola. Se encontraba acompañada de delfines que jugaban
alegremente con ella. El muchacho le sonrió saludándola con su mano pensando
que tal vez podría ser amigable. Tal vez ella sabría por qué la contaminación
de las aguas.
La sirena se le quedo mirando fijamente como si
hubiese adivinado el pensamiento de
Carlos, y ante la sorpresa del muchacho hablo. Carlos no le entendía muy bien.
Su voz era muy aguda, pero puso atención, y pudo comprender sus palabras.
-¿Vienes de muy lejos? ¿No te da temor el mar?
Estas aguas pueden ser muy peligrosas- dijo la sirena.
-Provengo de aquel puerto. No se puede divisar
bien. Sin embargo allá las aguas están contaminadas. Es muy extraño ya que aquí
las aguas son limpias y transparentes. Tampoco he visto ningún navío que haya
podido contaminar las aguas- dijo el muchacho sorprendido.
-El mar ha hablado. Ha enfermado. Por eso despide
esas aguas. Tu pueblo no ha respetado mucho el mar. Pescan los peces sin
misericordia, y ellos sienten el dolor al ser pescados- respondió la sirena.
-Es su único medio de alimentación, pero reconozco
que de la ciudad llegan esos turistas, y a veces contaminan las aguas del mar- respondió
tristemente.
-Ese es el llamado del mar. Quiere que escuche su
lamento. No podemos hacer nada ni siquiera las ballenas y delfines quienes son
los mensajeros del mar- dijo la sirena.
-Es cierto. Los delfines que jugaban en mi niñez
tanto conmigo no los he visto más- dijo tristemente.
-Ellos también sienten el dolor de los mares-
-¿Qué puedo hacer? No quiero que sigan muriendo
los peces, y más niños-
-Nosotros no podemos hacer nada-dijo tristemente
-¿Quiénes? ¿De qué hablas? ¿Existen otros como tú
que se pueden comunicar con los humanos? - preguntó el muchacho.
-No lo hacemos con todos. Lo he hecho contigo
porque me di cuenta de tu arraigo con el
mar-dijo la sirena.
Carlos la miro sorprendido. Ahora entendía, pero
¿Qué podría hacer él? Pocos sentían la voz del mar ¿Cómo podría ayudar?
El navío se desplazaba rápidamente, y Carlos
sentia la calidez del viento, y la brisa marina al desplazarse el barco por las
aguas. Pudo percibir algo a la lejanía que se acercaba rápidamente. No podía
ser. Era una ballena gris azulada que hacía juego con el color de los mares.
El cetáceo se acercó dejando una distancia al navío
de Carlos. Tenía miedo. No sabía si ese humano era dañino. Sabía que muchos de
ellos cazaban su especie, pero pudo percibir que Diamantina conversaba con el
muchacho. ¿Cómo la entendía? Los humanos no entendían a los seres marinos.
La ballena se dirigió al muchacho y también le
dijo unas palabras.
-¿Cómo te llamas? ¿Qué haces tan lejos de tu casa?
No es bueno que te encuentres solo-
-Estoy explorando y averiguando por qué nuestras
aguas están contaminadas-
-Diamantina ya te explico-
-Si. Reamente lo siento mucho. No sabía que el mar
también se podía enfermar-respondió el muchacho.
-¿Qué piensas hacer? Nosotros también necesitamos
que estas aguas estén limpias. Ahora están sanas, pero podría infectarse
también si los humanos no son consciente de la vida que se encuentra a su
alrededor. Uds. creen que están separados, y que son los amos de todo. Somos
también su familia con la diferencia de que percibimos el dolor del mar.
El muchacho no sabía que responderles. Tenían
razón. Hemos sido muy inconscientes. Tendría que pensar en algo.
-Ya pensaré en algo. No voy a permitir que se siga enfermando el
mar, aunque no va ser fácil- respondió el muchacho.
-Te dejaremos para que decidas- dijo la ballena
alejándose rápidamente.
Diamantina se le acerco. Pudo percibir que el
muchacho era de buen corazón, y valoraba la vida del mar.
-Te voy a regalar algo. Tal vez te sirva. Es un
medallón mágico. Al ponértelo y al ponerlo en contacto con el sol proyecta la
vida de los mares. Tal vez te servirá de ayuda.-
-Muchas gracias- respondió el muchacho amablemente
tomando el medallón en sus manos.
-Espero que puedas hacer algo. Dependemos también
de ti, inclusive los tiburones más fieros que habitan en alta mar disfrutan de
la vida en los océanos. Son seres incomprendidos. La agresión de los humanos
hacia su vida es lo que los pone violentos.
La sirena se alejó con los delfines. Estos
chapoteaban alegremente en el mar.
Carlos de despidió de ellos con melancolía. Le
gustaba su compañía. Que pocos conocemos el enigma del mar y sus diversos
animales y vida marina. Realmente debería hacer algo, y con ese pensamiento en
su mente tomo una decisión No
descansaría hasta que en el pueblo comprendieran el valor de la vida marina.
Decidió tomar tomar el regreso al puerto. Respiro
fuertemente el aire marino para después poder tolerar ese olor repugnante que había
en las playas cercanas a su hogar. A medida que se acercaba se dio cuenta que
nada había cambiado. Las orillas de la playa tenía el mismo semblante.
Turbulentas, y sucias cubiertas de algas y líquenes.
Al llegar lo recibieron los pescaderos del puerto.
¿Qué noticias traería? ¿Podría Carlos ayudarlos?
Carlos los miro con impaciencia, y tristeza.
-Lamento decirles que no hay ninguna fuente de contaminación.
No encontré ningún barco o embarcación que contaminara las aguas- dio con
paciencia
-¿Qué haremos? Es como si el mar se hubiese
enfurecido contra nosotros- dijo una mujer mayor
-En eso tienes razón. Las aguas del mar están
dolidas. Ellas sienten el desprecio que le hemos hecho. El atropello que hemos
hecho hacia la vida marina-
-Pero, Tenemos que alimentarnos- dijo un joven de
veinte años un poco molesto.
-Pero, tampoco podemos abusar del mar. La pesca
deportiva es un crimen grave como el cautiverio de animales marinos- dijo
seriamente Carlos.
Dentro del grupo de personas se encontraba el
abuelo de Carlos. Conocía el corazón del muchacho muy bien. Tenía razón. Las jóvenes
generaciones habían ofendido al Dios de los mares, y estaba pasando factura.
-Entonces, todo está perdido- dijo una
comerciante.
-No necesariamente. Dependerá de Uds., y como nos organizamos.
Por lo menos en nuestro puerto- dijo gravemente.
-¿Qué sugieres?-dijo un pescador ya cansado de las
trivialidades de Carlos
-Educar a los más niños para respetar al mar.
Evitar que esos citadinos vengan a nuestras playas, y hagan pesca deportiva, y
evitar botar los desechos al mar. Hay
otras formas. Se puede hacer reciclaje para abonar las plantas- dijo Carlos.
-Solo tenemos una escuela, y se encuentra lejos
del pueblo ¿Quién podrá enseňarlo a nuestros hijos tus ideas?-
-Yo puedo ayudar- dijo Carlos ofreciéndose.
-Entonces todo es cuestión de tener fe y
esperanza, y e involucrarnos en el rescate del mar- dijo el abuelo de Carlos.
Carlos estaba muy decidido e iba todos los días a
la escuela hablar con los más pequeños bajo consentimiento de la profesora. Le
relataba historias que fascinaba a los chicos, y el medallón les ilustraba en cómo
era realmente la vida de los océanos , y como podían hacer para cuidarla. El
medallón era fascinante. Incluso el mismo Carlos nunca había visto tanta vida
marina. “Que equivocados estábamos” Tenía razón la ballena, éramos una gran
familia, y teníamos que cuidarnos unos a otros.
Por otro lado el resto del pueblo no permitió más
la pesca deportiva ni el cautiverio de peces. Carlos tenía razón. Ellos
merecían ser libres. El mar era su hogar. Con el tiempo las aguas volvieron a
limpiarse. Por los menos en las playas del puerto, y en las costas cercanas.
Sería maravilloso que nosotros como familia humana
incorporáramos el respeto, y cuidado de todos los seres vivos. Inclusive la
marina. La calidad de vida mejoraría, y no habría tragedias en el medio
ambiental. Me parece que es el sueño de todos. Vivimos en un lindo planeta,
aunque suene paradójicamente la vida del mar es parte de nuestra gran familia humana ya que convivimos
todos en nuestro querido planeta azul.
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