domingo, 5 de marzo de 2017

El viaje de Lucesita





Lucecita y su familia vivían cerca del mar, pero ella no era como las otras niñas. Tenía esa extraña conexión con la naturaleza y las estrellas. Sus padres les parecía una niña un poco extraña, pero la aceptaban porque era de muy buen corazón. Siempre estaba dispuesta ayudar en el hogar, y le fascinaba la compañía de los animales como las plantas.

Su madre recordaba que nació escarchada  en una lluvia de estrellas fugaces como pocos niños. Sin embargo, ella consideraba firmemente que era la buena fortuna que había entrado en su familia, y realmente la suerte los acompaño siempre.
Ya Lucecita se había hecho mayor, y se tenía que pensar en un futuro para ella tomando en cuenta sus talentos. Había muy buenas escuelas en  la  ciudad, pero la última palabra la tenía que decidir la muchacha. 

Un buen día se reunieron con Lucecita, y le manifestaron su preocupación ya que en la vida hay que ejercer un trabajo o profesión que por supuesto tenía que decidir alguno que  le brindara alegría a ella así que le ofrecieron alternativas.
-Puedes estudiar botánica. Eres buena con las plantas- dijo su padre
-¿Te gustaría trabajar con animales? Serias una buena veterinaria- dijo su madre
- ¿o Cosmonauta? No te pierdes ni un eclipse, y conoces el nombre de todas las constelaciones.- dijo su hermano con un guiño.
Su padre observo con severidad a Luis. Era una carrera muy dura, y tendría que estudiar mucho, y sobre todo no era un trabajo de mujeres a pesar de que había unas cuantas astronautas, y otras mujeres que trabajaban en investigación espacial.
-¿Cómo se te ocurre? Se tendría que ir muy lejos. Aquí estaría bajo nuestra protección. Además no  ves que la muchacha tiene una personalidad peculiar- dijo enfadado su padre.
Lucecita los escucho a todos, y los miro con tristeza.
-No quiero irme lejos, pero  aspiro ver otra vez a mis amigos de las estrellas- dijo la muchacha con nostalgia.
-¡Otra vez con eso! Creíamos que ya se te había olvidado, suponíamos que  era un juego de niños- recordando como Lucecita de pequeña jugaba en las noches con la luz de la Luna, y le cantaba a las estrellas.
- Las estrellas les gusta mis canciones- dijo la muchacha con tristeza recordando que de niña, le cantaba al firmamento inclusive a toda la galaxia, pero por supuesto eso nunca se lo dijo a sus padres y  tampoco a su hermano Luis que la quería muchísimo, y la apoyaba en todos sus sueños.
-Ahora nos vas a decir que hay vida inteligente allá arriba- dijo su madre un poco despectiva, quien no le interesaba nada que ver con el Universo.
Lucecita decidió callar. Jamás la entenderían. Ella creía firmemente que había mucha vida en el espacio incluso en nuestra propia galaxia. Su corazón le decía que se acercaría un día en el que los conocería, y sería muy pronto.
-Déjenla tranquila. Tal vez quiera quedarse con nosotros. Aquí las noches son muy claras, y puede siempre disfrutar de las noches observando el firmamento. Eso no tiene nada de malo- dijo su hermano defendiéndola.
-Es cierto. Ya pensaremos en algo- dijo su  madre pausadamente.

A escondidas, Lucecita se iba todas las noches a pasear. La claridad de la luna le brindaba una paz que le hacía olvidar del abrumador agite que se vivía en la vida diaria. Un buen día vio algo muy extraño. Escucho voces, pero no le importo, y percibió una roca de color verde esmeralda. La tomo, y se la llevo rápidamente a su casa alejándose rápidamente del sitio en donde la había encontrado. Cuando llego a su casa, subió sigilosamente a su habitación, y la escondió en una caja pequeña.
-Menos mal que se apagó. Brilla demasiado- pensó la muchacha.
Lucecita tenía curiosidad en conocer porque brillaba tanto la roca, pero durante el día no pasaba nada, sin embargo en las noches brillaba más incandescentemente que un faro que ilumina el puerto a los barcos. No quería que la descubrieran, así que se escapaba en las noches para saber más acerca de esa extraña roca.
Una noche salió bien tarde de su casa hasta llegar a la orilla del mar. Todo el mundo dormía, así que no temía ser descubierta. Saco la roca de su caja, y no solo brillaba también emitía distintos sonidos. Se escuchaba desde un susurro hasta el sonido de pequeñas campanas. Le gustaba tanto los sonidos, que en ocasiones inventaba canciones  estableciendo un ritmo con el sonido que emitía la roca. Todo esto le parecía tan divertido como gratificante. Lo que no sabía es que alguien la estaba observando.
-sh..sh…sh..-dijo alguien detrás de un arbusto.
Ahora Lucesita si lo escucho. Ese sonido provenia de los arbustos.
-Klush..sh…sh- dijo la voz otra vez.
La roca brillaba, y Lucesita sintió que brincaba, y se dirigio volando a los arbustos.
Lucesita no espero. Ella habia encontrado la roca, y no se pensaba deshacer tan rápido de ella, y se dirigio rápidamente a los arbustos, y se encontró con una sorpresa que la dejo sin habla. Era un nino aceitunado con franjas anaranjadas y un cabello extremedamente verde.
-¿Quién eres?- le pregunto
El muchacho no le entendia. Indudablemente se encontraba lejos de su tierra. Lucia le extendió la mano para que le entregase la roca.
El se negó, y acaricio suavemente a la roca. Esta emitía un ronroneo como si fuese un gato.
Lucecita comprendió. La piedra era del niño, le daba la impresión que fuese su mascota.
-No te preocupes- le dijo suavemente acariciando suavemente el cabello del niño.
-¿De dónde eres? Yo soy de la Tierra- dijo la muchacha.
El niño tomo un reloj, dándole vuelta a las aguja tres  veces.
-Yo sé que es el Planeta Azul. ¿Por qué te llevaste a Klaus? Es mi mascota- dijo en perfecto castellano.
-Me llamo la atención su color verde esmeralda- dijo la muchacha
- Aunque al parecer le caías muy bien. Me dijo que le cantabas- le dijo el muchacho
-Sí, Le canto a las estrellas. Sé que escuchan mis canciones, y yo siento que me escuchan- dijo la muchacha
-Claro que te escuchan. Si supieras la cantidad de cantos que emiten muchas  galaxias en los más escondidos Universos. Son seres vivos igual que nosotros, y sienten las alegrías y el sufrimiento de todos los planetas, y sobre todo a tu querido planeta que emite tanto dolor a quien tantos humanos hacen daño.
-Generalmente sí, pero muchos de nosotros somos amables, solidarios, y buenos vecinos-
El niño me miro extrañado. Parecía leer los pensamientos
-¡Tú eres diferente!- dijo el niño.
-¿Cómo los sabes? Es cierto. Me gusta conectarme con la Naturaleza y el Universo. Las estrellas son mi gran pasión, pero no creo que pueda algún día verlas más de lejos que de esta playa- dijo Lucecita con tristeza.
-¿Te gustaría dar un paseo para conocer otros universos?- pregunto el niño.
-¿Tienes una nave espacial? Eres un niño pequeño- pregunto la muchacha.
- ¡Nave Espacial! Ya no usamos eso para trasladarnos-
-¿Puertas Estelares?- pregunto lucecita tratando de adivinar.
-Tampoco- dijo sonriéndole
-Y, entonces ¿Cómo?-
-Cierra los ojos. Y piensa en un maravilloso universo que quieras visitar, solo imagínalo-
Todo esto intrigaba mucho a Lucecita. Viajar con los pensamientos y la imaginación. Es increíble.
-Solo tienes que darme la mano, y viajaremos-
Lucia visualizo en su mente un universo, compuestos con tres grandes estrellas  con un sin fin de  planetas.
-¿En cuál de esos planetas quieres ir?- pregunto el niño.
A lucecita le parecía todo tan divertido. Seguiría la corriente. Le encantaba ese juego.
-Me gusta el planeta gigante con franjas anaranjadas-
-¿Preparada? Esto va ser rápido-
Cuando Lucecita abrió los ojos ya no estaba en la Tierra. Era fabuloso. Se encontraban en un planeta que olía al mar.
-¿y, ese olor? Hay mar-
-No como la que tienen en su planeta. Que rico huele verdad. Es la atmòsfera que se encuentra muy limpia. Son las plantas que emiten esos olores- dijo sonriendo al ver la cara de sorpresa de Lucecita
-¿Dónde están las plantas? No las veo-
-Tienes una al lado-
-Pero, es un arbusto- dijo Lucecita
Lucecita se acercó al arbusto, pero sus hojitas estaban tan tristes.
-¿Qué le paso? ¿Se puso triste?-
-La heriste. Ellas también tienen sentimientos. Lamentablemente los humanos no se percatan de ello-
Lucecita se sintió mal, y acaricio la planta, y entonces ella despidió un suave olor a azahares. Eran sus favoritas.
-Te das cuenta. Se contentó. Además adivino que ese era tu perfume favorito. Es un regalo que te está obsequiando-
-Es decir las plantas de este planeta pueden leer mis pensamientos.
-No solo aquí. Todas las plantas. Lo mismo le pasa al aire, la brisa marina, y esos maravillosos animales que tienen en tu planeta-
-Es decir, todo el universo siente como nosotros-
-Por supuesto. Bueno vamos a pasear. A eso vinimos-
Lucecita estaba aprendiendo cosas nuevas. Sabía que tenía una conexión con las estrellas, y a veces les cantaba, pero nunca se hubiese imaginado que todo el universo era un ser vivo que sentía, y amaba. La muchacha se había percatado que el cielo se encontraba estrellada. Tenía horas así. Le parecía todo tan extraño.
-Por cierto, ¿Cómo te llamas? ¿Aquí no hay luz solar que le brinde luz a las plantas? Todo está oscuro, y solo puedo percibir esas estrellas-
- Me llamo Orión. En este planeta no hay una estrella como el sol de ustedes que ilumina todo su planeta. Solo hay esas estrellas, y en ocasiones pasan muchos cometas, y es suficiente para dar energía a estas maravillosas plantas para crecer, y ser felices-
-¡Qué maravilla! Y, ¿Existen otros seres vivientes  inteligentes así como nosotros? –
-¡Estas ciega! Existe tanta vida aquí. Mira esas nubes de un color verde esmeralda, y esas flores. Al tocarlas gentilmente te canten bellas canciones, y adivinan cuales son los tonos de tu preferencia, y vamos acercarnos a ese lago. Recibirás una sorpresa- dijo sonriendo.
Los dos muchachos fueron caminando hasta llegar a un lago de aguas cristalinas con un suave olor a eucalipto.
-Que rico huele- dijo sonriendo.
-Cierra los ojos. Poot es muy tímido. Te lo voy a presentar- dijo el niño.
Luz cerró los ojos, emocionada con seguir esta aventura llena de sorpresas.
-Ahora puedes abrirlos-
El agua se levantó formando una ola cristalina de un metro de altura. Despedía un olor a Eucalipto y Azahares. Se acercó suavemente a Lucecita, y le regalo un lirio haciéndole cosquilla en sus pies.
-¡Gracias!- dijo gentilmente la muchacha tomando la flor.
Lucia se quedó contemplándolo por horas. Era todo un espectáculo. La ola se desplazaba del lado derecho al izquierdo como si estuviera bailando. La muchacha sintió una alegría jamás experimentada.
-¡Que bello planeta! Es una belleza. Ojala nosotros tuviéramos tantas maravillas, y tanto amor como gratitud en cada ser viviente- dijo tristemente Lucecita
-Lo tienen, pero no se han percatado de las maravillas que tienen en su planeta, pero todo cambiará. Muchos de nosotros tenemos fe en ustedes.
- Y ¿Qué puedo hacer yo para cambiarlo?- pregunto la muchacha con duda.
-Eso tienes que descubrirlo.
La ola se fue haciendo más pequeña hasta esconderse en el lago despidiendo mientras se recogía olores de rosas, eucaliptos y azahares.
-¿Te gustaría volar, y ver el planeta desde las alturas? –
-¡Volar! Yo no soy pájaro- dijo indignada
-Usa tu imaginación. Dame la mano-
A lucecita le costó mucho. Nunca había experimentado tanto en un  viaje así que cerró los ojos y se imaginó que volaba con su amigo en las nubes, así como la historia de Peter Pan.
Abrió los ojos. Al principio le dio miedo, pero después fue muy divertido. Volaron y pudieron percibir las montañas, los valles, y unos cuantos lagos. En el firmamento se montaron encima de un cometa. Fue divertido. Parecía un cuento de niños y de hadas. Al final el cometa los aterrizo en tierra. Lucecita se despidió del cometa. Había aprendido que eran seres muy agradables, y gratos.
Lucecita se quedó pensando. Realmente tenía que hacer algo por su lindo planeta. Como le gustaría que el suyo tuviera todas esas bendiciones.
-Ha pasado un tiempo. Tenemos que irnos. Yo tengo que irme al mío. Mis familiares me están esperando- dijo el niño con cariño.
Lucecita cerró los ojos y volvieron a la Tierra. Estaba un poco cansada, pero se había divertido tanto.
-¿No te volveré a ver?- dijo Lucecita con tristeza.
-Puedes ser que sí, pero tal vez pase un tiempo- le respondió el niño.
Lucecita le dio un abrazo, y un beso. Realmente le había agarrado cariño al chiquillo, y así como había aparecido desapareció a la distancia.
La muchacha estaba muy contenta. Qué experiencia. Nunca se hubiese imaginado que existían otros universos, y que cada uno de ellos percibía, y tenían sensaciones y sentimientos.


Con el tiempo, la muchacha decidió dedicarse a la enseñanza de los más pequeños.  Eso les alegro mucho a sus padres, así no se separaría mucho de su lado, pero decidieron respetarle más sus ideas de su pasión por el universo. Sus clases eran muy divertidas. Les relataba historias a los más pequeños de aventuras de viajes espaciales y la vida inimaginable que existía en  el universo. No era como relataban en la televisión. No existían guerras, ni odios, ni competencias, ni miedo ante todo aquello que es diferente. Todos eran buenos amigos que disfrutaban compartiendo unos con otros. Lucecita decidió quedarse en su comunidad, e impulso dentro de ella movimientos ecologistas. Total, las plantas también sienten y nos brindan un gran servicio, y debíamos estar agradecidos por ello. Y esa fue su pequeña huella, y contribuyo a través de los años a que estos chicos desarrollaran una consciencia de amor hacia todos y a su entorno que es lo que actualmente lo que necesitamos.

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