martes, 24 de enero de 2017

Una gran aventura



Hakon era un niño muy osado, aventurero, gentil y amable con su comunidad Vikinga. Desde muy joven mostro interés en participar en las travesías que realizaba su tío Orn, y soñaba en acompañarlo algún día en esas expediciones de la cual traía grandes tesoros.

A los doce años se escapó en una embarcación con familiares, y amigos de su padre. Los hombres fornudos no se dieron cuenta de su presencia hasta que estuvieron en alta mar.
-¿Qué haces aquí escondido detrás de las armas?- dijo zarandeándolo fuertemente su tío.
-Yo quería venir. Sabía que mi padre no me dejaría así que me escabullí, puedo limpiar el Drakkar y pulir las armas-respondió molesto el muchacho.
-¿Qué pensara tu padre? Por Odín, no sabes en el peligro que te has metido- le dijo con severidad. Ya no podemos hacer nada. Te encargaras de mantener todo limpio y ayudar a Olaf a repartir los alimentos diariamente.  Eres muy chico todavía para realizar trabajo de hombres-
El muchacho no le hizo gracia la idea, pero decidió hacerle caso a su tío.
Hacia buen tiempo, así que el Drakkar se deslizaba por las aguas con agilidad, pero en dos días todo cambio. A medida que se alejaban de la costa vikinga, los vientos del norte asomaban una gran tormenta. Los vikingos estaban acostumbrados al mal tiempo, eran grandes navegantes, y habían diseñado sus naves para afrontar todo tipo de retos climáticos, pero  no se esperaban una tormenta tan fiera. El agua azotaba toda la nave bambaleándola de un lugar a otro.
 -Hakon tendrá que aprender a la fuerza a navegar en el mar- refunfuñando en el camino.
-Toma esta chaqueta, y ven ayudarnos. No quiero quejas. Querías venir. Ahora veras que es enfrentarse a la violencia del mar- le dijo su tío.
Hakon permaneció callado, y lo ayudo en lo que pudo sacando agua de la embarcación, y ubicando sogas en la proa lejos de la nave evitando que se cayeran al mar. El viento arreciera fuertemente, y la lluvia caía fuertemente. Sin embargo, el muchacho no se quejó. Para él era una maravillosa aventura.
La tormenta duro toda la noche. Los marineros estaban agotados. Después de media noche bajo la luz de una luna llena todo volvió a  la calma.
-Has sido de gran ayuda, mañana te encargaras de subir arriba y vigilar la estabilidad de la vela de la nave- le dijo sonriendo su tío
El muchacho le encantó la idea. Ahora si aprendería realmente de navegar con  los marineros, no encerrado en la cocina.

Al día siguiente, Hakon subió hasta arriba y dirigió adecuadamente la embarcación divisando una pequeña playa a finales de la tarde.
-¡Tierra en el horizonte! – dijo el muchacho.
Los vikingos dispusieron a navegar a mayor velocidad hasta que llegaron a la orilla del mar.
-Que no se quede nadie en la nave, y traigan sus escudos como sus espadas-
Los vikingos desembarcaron llegando hasta la orilla, y se dirigieron caminando encontrando una gran maleza. Lo cortaron con las espadas hasta llegar a un sitio en donde se asomada un castillo de marfil.
Los vikingos estaban asombrados. Nunca habían visto nada igual. Era de un color blanco marfil con grandes torres cristalinas a los lados del castillo.
-No perdamos tiempo. Vamos a llevarnos lo que encontremos- dijo  uno de los vikingos
-Deben tener magnificas joyas- dijo otro
Hakon sabía que los vikingos no se detendrían hasta lograr su propósito así que permaneció al lado de su tío pensando en los posibles tesoros que podrían existir en  ese fabuloso castillo.
-Vamos a entrar por el otro lado del castillo por el otro lado del castillo, asi no seremos descubiertos. Los fieros vikingos se dirigieron en donde se encontraban ubicadas las torres, entraron por las puertas y entraron a la mansión.
Los habitantes se percataron de la presencia de los gigantes guerreros, y decidieron pelear con ellos para defender sus pertenencias. No tuvieron mucha oportunidad. Los vikingos eran feroces, y adiestrados en el arte de la guerra.
Hakon puedo percibir la presencia dos niñas pequeñas del otro del salón.
-No nos hagas daño – le suplico una de ellas a Hakon
El muchacho que también era de buen corazón las escondió en un armario en donde se ubicaban las armas de los caballeros que luchaban por su vida en contra de los vikingos.
-No salgan de allí hasta que nos vayamos- dijo Hakkon a las niñas.
-Toma mi dige azul como agradecimiento- dijo la mayor de las niñas.
-Te dará suerte- dijo la más pequeña abrazando a la otra chica.
Hakon cerró la puerta levemente, y se dispuso acompañar a  los otros vikingos.
Muchos estaban ya muy heridos, y los vikingos tenían un gran botín en sus manos. Se llevaron algunas pieles como joyas preciosas.
-¿Alguno de Uds. han visto armas? Me caería bien alguno- dijo uno de los vikingos
-Yo no he visto nada- dijo Hakon pensando en las muchachas
-Vámonos. No tenemos nada que hacer. ¿Y, ese dige? Es una piedra azul preciosa-dijo su tío.
-Se la quite a un hombre que estaba desmayado en el piso- mintiendo a su tío.
-Entones, es tuyo. Recuerda somos vikingos, y guerreros. Siempre nos llevamos lo que necesitamos-
Los vikingos se dirigieron con sus tesoros en su embarcación contentos de todo aquello que se habían llevado, y se dispusieron a navegar hasta su hogar.

Les  tomo semanas llegar a Noruega. Afortunadamente hizo buen tiempo y no hubo muchas eventualidades en el camino. Al llegar al puerto su madre lo esperaba en el muelle. Estaba furiosa.
-Por Odín. ¿Cómo pudiste irte así? Pensamos que Loki te había arrastrado a las tinieblas. Veo que estabas con tu tío. Por los momentos te olvidaras de viajes hasta que cumplas tu mayoría de edad. Mientras tanto podrás aprender con tu padre como construir un Dakkar solido-
-Pero mamá. Es mucho tiempo- le respondió malhumorado.
-Hazle caso a tu madre. Cuando te des cuenta ya estarás manejando tu propia nave- le respondió su tío con cariño.


Con el tiempo Hakon se convirtió en un excelente diseñador y constructor de naves vikingas. Puso tanto esmero en aprender el oficio que contó con la admiración de todos por lo que lo acompañaron muchos en las travesías por el mar. Disfrutaba el contacto con la brisa marina, y el conocer nuevos rumbos. Todavía llevaba el dige en el cuello. Realmente la piedra le había dado mucha suerte. No fue un Vikingo guerrero y agresivo como otros. No le gustaba quitar las pertenencias a otros. Su espíritu era de un marino que disfrutaba de conocer otras tierras navegando en el ancho mar.

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